(Juan González-Anleo– Catedrático de Sociología de la Universidad Pontificia de Salamanca) Miguel es el presunto homicida de Marta del Castillo, la chica sevillana de 17 años asesinada el 24 de enero y arrojada al Guadalquivir. Familiares, amigos y vecinos de la víctima se han manifestado por plazas y calles con la consabida pancarta “Todos somos Marta”. Para ser justos, aunque pueda molestar a no pocos, habría que completar la leyenda: “Marta y Miguel”.
Sí, “todos somos Marta”. Todos nos sentimos víctimas de la violencia ciega, del furor homicida, de la pasión sin barreras. Todos nos identificamos con sus padres, su dolor y desesperación, compartimos la indignación y rabia. Pero “todos somos también Miguel” y sus cómplices, productos de una sociedad que todos, con diferentes cuotas de responsabilidad y protagonismo, hemos creado, aprovechado o favorecido. Y de la que muchos se muestran abiertamente orgullosos o secretamente complacidos.
Los científicos sociales, al explorar las posibles causas de la violencia juvenil, destacan las familias rotas, desestructuradas -la de Miguel parece haberlo sido, y en grado extremo-, la incapacidad de muchas familias normales para transmitir valores, modelos y normas a sus hijos, y el desprecio generalizado en la sociedad española para inculcar a sus jóvenes retoños las viejas virtudes del sacrificio, la abnegación, el trabajo duro, la perseverancia y el espíritu religioso. La Encuesta Europea de Valores de 2000 nos sitúa en el último lugar en la valoración de estas virtudes. Y como segundo factor explicativo, la televisión y los videojuegos, que el estudio de Clemente, Urra y Vidal (1999) define como incansables sembradores de violencia, con sus dibujos, películas y series. Especialmente de la violencia física, a menudo sin explicaciones y sin elementos desencadenantes.
Como escenario global de este vacío de valores fuertes y violencia fácil, una sociedad preocupada por los índices de progreso económico y de bienestar social, recientemente despierta a la urgencia de la sostenibilidad ecológica, pero analfabeta en todo lo tocante a una sostenibilidad aún más urgente, la moral. Sostenibilidad moral es un concepto nuevo que quizás corresponde a los cristianos gritar a los cuatro vientos. Porque nos hemos convertido en una sociedad relativista, hedonista, permisiva y tolerante ante conductas desviadas o peligrosas para el bien público, individualista y olvidada del bien común, suicidamente antiautoritaria. Una sociedad con el mayor consumo proporcional de cocaína de toda Europa, con 300.000 prostitutas en las calles y locales de alterne -una por cada 50 varones mayores de 18 años-, con más de 100.000 abortos al año, un 10% de adolescentes, y que sin pudor reconoce que la edad de iniciarse en el consumo de alcohol ronda ya los 13 años.
Una sociedad que ha generado una juventud cuyos “pecados capitales” son -según las pistas perfiladas por los estudios de la Fundación SM-: libertad sin límites, sexo sin donación personal, plenitud vital sin frustraciones, camino sin norte, éxitos sin esfuerzo, derechos sin obligaciones, vivir sin Proyecto.
Esta juventud, carente del músculo moral y el nervio espiritual necesarios para enfrentarse con la difícil vida que las generaciones adultas le han dejado en herencia, es frecuentemente víctima de la violencia social y, al mismo tiempo, protagonista cruel de agresiones y fáciles violencias. Según la prensa, la familia de Miguel había sido abandonada tempranamente por el padre, la madre era alcohólica, Miguel vivía con su “novia”, una chica de 14 años, quizás embarazada, en casa de su madre… Imposible mayor rotura y desestructuración familiar.
Frente a esta juventud desnortada, sin referentes anclados en una visión total de la vida, se alzan como réplica los millones de jóvenes que cultivan la honestidad en sus relaciones, el valor de la amistad y del cariño, la querencia de la autenticidad frente a las hipocresías de los mayores, la espontaneidad, el estudio y el trabajo duros…
¿RESPUESTAS?: 1º Potenciar la fuerza evangelizadora de los 250.000 jóvenes comprometidos con la Iglesia y los incontables anónimos que militan en ONG de orientación o inspiración religiosa. 2º Una Iglesia que a todos sus niveles grite por calles y plazas el Evangelio de Jesús del amor, la paz y el perdón. 3º Una familia que se tome en serio su compromiso de fidelidad, perseverancia en el amor mutuo y modelo para sus hijos, el mejor método de socialización. 4º Una escuela que exija e inculque valores fuertes y recupere la autoridad y el total apoyo de Gobierno y familias. 5º Unos medios de comunicación que se hagan conscientes de una vez de su responsabilidad en la educación integral de los jóvenes.
En el nº 2.650 de Vida Nueva.