(Juan Rubio– Director de Vida Nueva) Fue en una primavera eclesial cuando Vida Nueva salía a la luz. Muchas de las reformas eclesiales ya emprendidas en los años precedentes en diversos lugares del mundo, iban cuajando. Empujaban los vientos desde muchos lugares de la Iglesia y el soplo del Espíritu Santo iba dejando su aliento suave y lleno de esperanza. Eran años de inmensa ilusión y alegría; eran años de un titubeante camino preñado de entusiasmo. Pese a que no fue fácil, cuando el papa Juan XXIII convocó esta “caricia del Espíritu Santo”, como él mismo llamó al encuentro ecuménico, fueron muchas las fuerzas renovadoras que se unieron a ese aliento y que ayudaron a su feliz término, ya de la mano de Pablo VI.
Esta revista, que acaba de cumplir sus primeros cincuenta años, fue una de esas fuerzas renovadoras. Nada más hay que echar un ojo a la colección de los primeros números para advertir un excelente y rico panel informativo, claro exponente de lo que decimos. En la noche del 11 al 12 de octubre de 1962, el Papa escuchaba los cantos de la gente congregada en la Plaza de San Pedro al iniciarse el Concilio. Salió a la ventana e improvisó su bello discurso de la luna. Ya acabando, dijo: “Al volver a vuestras casas, encontraréis a vuestros hijos. Hacedles una caricia y decidles que es la caricia del Papa”. Pensaba en la Iglesia en la que esos niños vivirían ya de adultos. En esas lides, en ese camino, con ese mismo talante, empezó Vida Nueva su singladura en el mundo de la información. Y así ha llegado, con luces y sombras; con tropiezos y zancadas, a estos cincuenta años.
Desde esta sección que cada semana se asoma a la revista, y de forma más excelsa hoy, deseamos, recogiendo el pasado y abriendo al futuro, decir a todos: “Gracias”. Nuestro agradecimiento se vuelve hoy compromiso con la Iglesia del Señor que peregrina aquí y ahora en medio del mundo. Compromiso con la vida religiosa, en general, y con las diversas congregaciones e institutos, en particular. Compromiso con las diócesis, con las Iglesias misioneras, con los centros de estudio y formación; un compromiso por el mundo de los laicos, a los que el Vaticano II puso en el lugar que les corresponde como parte importante del Pueblo de Dios. Compromiso con la cultura y la sociedad en la que estamos inmersos y para la que tenemos que ser “sal y luz”. Aportar pensamiento y claridad, verdad y conocimiento, es nuestro propósito. A todo esto se une, como esencia, no como accidente, un compromiso con los más pobres, con los desheredados. Informar de todo y de todos es incorporar a muchos hombres y mujeres que no tienen voz. Vida Nueva pretende ser su voz profética; pero también una voz con sentido y significado.
Este compromiso se hace efectivo cada semana por parte de un equipo de hombres y mujeres que hacen la revista, de una empresa editora que facilita su salida puntual y su línea de servicio, y de un consejo editorial que marca la luz larga de la publicación. Al fin, no obstante, deben ser los lectores los que orienten nuestros pasos. Agradecimiento y compromiso son las dos palabras con las que resumiría este año jubilar que concluimos. Sabemos que es esto lo que se espera de nosotros y, por eso, nuestra responsabilidad es mayor. Acepten nuestro compromiso de seguir siendo una voz abierta, plural, evangélica, conciliar, conciliadora, limpia y siempre propositiva. Es nuestra manera de vivir la fe en medio del mundo y de la Iglesia. El Evangelio del Señor Jesús y el Concilio Vaticano II serán los dos importantes motores que nos impulsen a bogar mar adentro, a introducirnos en la espesura y a seguir brillando con lo propio. Hoy más que nunca, nos parece que Vida Nueva, recordando el Vaticano II, tiene que ser esa caricia necesaria. Gracias por vuestro semanal aliento al leernos. Un sí claro y rotundo es nuestra palabra clave de cara al futuro. Vida Nueva se siente madura y capaz de dar lo mejor de sí misma en este momento histórico.
Publicado en el nº 2.652 de Vida Nueva (especial 50º aniversario).