Así me convertí: Edith Stein

  • Judía y atea, acabó fascinándose con el cristianismo por sus lecturas y por una historia personal
  • Le impactó la muerte de su amigo Adolf Reinach y el consuelo de su mujer Pauline en la fe
  • La intelectual ingresó en el Carmelo, pero acabó siendo asesinada por los nazis en Auschwitz

Así me convertí: Edith Stein

Edith Stein (1891-1942) es una de las figuras más luminosas del siglo XX. Y en muchos sentidos, pues rompió todo tipo de barreras. En lo académico, como discípula de Husserl, fundador de la fenomenología, fue la primera mujer doctorada en Filosofía en Alemania. En lo social, fue una ferviente luchadora de los derechos de la mujer, implicándose en el sufragio femenino. En lo religioso, esta judía que navegó por el ateísmo llegó a convertirse al catolicismo. Y, de hecho, a morir como religiosa carmelita en el campo de concentración de Auschwitz, ya como Teresa Benedicta de la Cruz.

En ese caminar espiritual influyeron mucho sus lecturas (desde san Agustín a santo Tomás de Aquino, pasando por san Ignacio de Loyola o Kierkegaard), pero sobre todo una experiencia personal: la muerte de su amigo, Adolf Reinach (del que se encargó de recopilar sus escritos sobre la fe cristiana) y, muy especialmente, el consuelo que encontró su viuda, Pauline (también conversa), en su creencia en Jesús. Afrontó su fallecimiento con tal entereza y fe que le impresionaron hondamente. Una sensación que fue más allá, cuando la mujer se consagró como religiosa benedictina.

Fascinada por santa Teresa de Jesús

En 1921, la judía Edith Stein (nacida en la festividad hebrea del Yom Kipur, lo que hizo que su madre, muy practicante, le tuviera un cariño muy especial entre sus 11 hijos, falleciendo su padre cuando ella apenas tenía tres años) dio el paso definitivo y se convirtió al catolicismo, bautizándose el 1 de enero de 1922. El punto culminante estuvo en un libro que encontró en la biblioteca de los Reinach: ‘La vida’, la autobiografía de santa Teresa de Jesús.

Nada más convertirse, expresó su deseo de ser monja carmelita, pero su director espiritual se lo desaconsejó. Pese a ello, ella vivió como si lo fuera, siendo fiel a sus propios votos. Además, en esta primera fase, se dedicó con pasión a traducir al alemán la obra del cardenal Newman, converso del anglicanismo al catolicismo y figura clave del siglo XIX. Después, se metió de lleno en traducir a santo Tomás de Aquino, dando numerosas conferencias sobre la necesidad de conciliar razón y fe.

Silenciada por los nazis

Cuando empezó a tener una repercusión pública en la sociedad alemana por sus constructivos discursos y trabajos sobre la fe y la dignidad de la mujer, la llegada al poder del nazismo en 1933 marcó su ocaso, teniendo prohibido expresarse en medio alguno, tanto por sus ideas como por su origen judío. Eso sí, este castigo tuvo su parte positiva para ella, pues al fin pudo ingresar en el Carmelo de Colonia, tomando los hábitos el 15 de abril de 1934 y adoptando como nuevo nombre el de Teresa Benedicta de la Cruz.

En 1938, preocupadas por su suerte como judía, las superioras de la congregación la enviaron al Carmelo de Echt, en Holanda. Pero la expansión del nazismo al país en 1940 también comprometió su seguridad. Intentó huir a Suiza junto a su hermana Rosa (también convertida al catolicismo e integrada en la comunidad carmelita), pero no lo consiguieron. Cada vez más, la hostilidad nacionalsocialista contra judío y católicos se hizo más rotunda, hasta verse obligadas ambas hermanas a lucir la marca amarilla de la Estrella de David sobre su ropa.

Asesinada en Auschwitz

Edith y Rosa fueron detenidas y llevadas al campo de concentración holandés de Westerbork y, finalmente, al polaco de Auschwitz. Solo una semana después de su llegada, el 9 de agosto de 1942, una de las figuras más significativas de la humanidad fue asesinada en una cámara de gas.

La Iglesia la considera uno de sus pilares. El 1 de mayo de 1987, Juan Pablo II la beatificó en Colonia y, el 11 de octubre de 1998, la canonizó en Roma. Un año después, el 1 de octubre de 1999, Wojtyla la declaró copatrona de Europa.

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