El comunicador católico está llamado a ser luz en la oscuridad, porque transmite la Buena Noticia. Pero no lo hace por brillar por sí mismo, sino como un faro que ilumina porque se consume por amor al Señor. Así, la misión del “discípulo comunicador” no será fruto del activismo, sino de una mística que nace de la oración y el silencio, condiciones necesarias para fortalecer y enriquecer esta “vocación dentro de su vocación”.