“El diácono, de una cierta edad, se acerca al obispo, se inclina profundamente ante él y le dice: 'Bendíceme, padre'. Y el joven obispo le bendice. Nada de particular, simplemente lo que el ritual establece para el momento. Nada especial si no fuera porque el diácono es el padre del obispo y el obispo es el hijo del diácono”.