Construir una iglesia es escribir el nombre de Dios con letras más grandes, para que todos tengan cabida. Esto lo vivimos de un modo encarnado en la procesión de entrada a la misa de Domingo de Ramos. Como sacerdote, no caminé delante de la gente, sino que me dejé llevar por su instinto y entusiasmo hacia esa iglesia que crece y se renueva.