La pérdida del sentido de lo religioso en nuestras sociedades ha hecho divinizar aspectos que no tienen nada de trascendente, o al menos, están netamente en el plano material.
La vida misma del lenguaje no solo está en el uso de expresiones, sino que éstas tengan un significado lógico, compartido y aceptado, por lo que necesariamente evoca a lo cultural y a lo social.
El relativismo ético es uno de los rasgos de la sociedad contemporánea. Eso que llamaba Bauman ‘sociedad líquida’, en el que todo es tamizado, diluido y nada tiene verdaderos fundamentos.
Es que el temor es la sensación de no poder ver más allá en el horizonte oscuro del mal, la pérdida del sentido y, por tanto, la ausencia de la esperanza.
El conflicto Rusia y Ucrania toca también la sensibilidad de la fe, por eso lo que hace o lo que dice el Vaticano está en primera línea, pues no solo es un asunto humanitario o político, sino también de índole interreligioso.
En estos días es noticia, en España, la desaparición de la filosofía como materia obligatoria en el ciclo de estudio de Secundaria. Los temas serán absorbidos por otros cursos, y el optativo de Religión pasa a no tener ni siquiera posibilidad de calificación.
Las tragedias del siglo pasado parecen no haber sido suficiente para aprender la lección. La historia ha definido al siglo XX como ‘el siglo breve’, por los pocos momentos en los que no hubo una guerra. En el fondo, el asunto está en el pozo infinito de justificar la violencia.
Que en el siglo XXI, un Estado decida arremeter militarmente contra otro, necesitaría de muchos argumentos de convencimiento, y al menos está vez, Rusia no ha convencido a nadie (o a muy pocos), de su prepotente acción.