Juan Pablo I fue el papa del límite de la propiedad privada, el que dijo que no es un derecho absoluto sino dentro del bien común y la subsidiariedad, en el reconocimiento de lo propio, pero en el deber del compartir y la solidaridad.
La fe no es un delito, la vocación profética de una iglesia que denuncia la dramática realidad social del pueblo, no puede ser considerada como una afrenta ante quien de manera despótica se mantiene en el poder.
Francisco concluyó su visita penitencial a Canadá, pero valdría la pena retomar unas ideas sobre un tema que parece poco abordado por la opinión pública, en esa ‘dictadura’ de la mayoría uniforme, en el que todos debemos pensar igual.
La receta que propone Francisco a la iglesia es la del pensamiento de Guardini, que “rechaza el monismo y el maniqueísmo, y permite la reconciliación, la unidad en la diferencia”, y por lo tanto se abre a una auténtica amistad social.
La pérdida del sentido de lo religioso en nuestras sociedades ha hecho divinizar aspectos que no tienen nada de trascendente, o al menos, están netamente en el plano material.
La vida misma del lenguaje no solo está en el uso de expresiones, sino que éstas tengan un significado lógico, compartido y aceptado, por lo que necesariamente evoca a lo cultural y a lo social.
El relativismo ético es uno de los rasgos de la sociedad contemporánea. Eso que llamaba Bauman ‘sociedad líquida’, en el que todo es tamizado, diluido y nada tiene verdaderos fundamentos.
Es que el temor es la sensación de no poder ver más allá en el horizonte oscuro del mal, la pérdida del sentido y, por tanto, la ausencia de la esperanza.