El joven artista callejero Žilda lleva reproducciones de obras de arte a las calles para que los testigos que las encuentran encuentren en ellas un nuevo significado. Su proyección internacional se debe a la original recuperación que hace de historias que, como las cristianas, pertenecen al patrimonio de la Humanidad.
Además de recuperar las historias imperecederas, también busca salvar del olvido a autores que conoció mientras trabajaba como reponedor en una biblioteca de Bretaña. Uno de esos autores que cree merece la pena destacar es Claude Mellan (1598-1688), pintor y grabador francés. Su técnica artística tuvo una originalidad que se expone bien en su creación más célebre, su “Sudario de Santa Verónica” o “La Faz de Cristo”, realizado en 1649. La Santa faz de Mellan está hecha con una única línea espiral y eso es lo que celebra de nuevo Žilda.
El artista bretón busca que vivamos la experiencia de Mellan y ofrece un video (2009) que reproduce el proceso de creación del rostro de Cristo que se fijó en el lienzo que le ofreció Verónica camino del Calvario. Žilda acompaña el video con la música del Ave Verum de Mozart (1791). La obra de arte que crea consiste precisamente en revivir la formación del rostro de Cristo. No es una imagen nueva sino la de Mellan y la de siempre; lo nuevo es nuestra experiencia de recrearla una y otra vez.
Žilda comienza por un punto central que comienza a desarrollar una larga espiral que no muestra signos sobre lo que busca componer. El artista de calle parece estar dibujando una larga historia que no sabemos bien a dónde va pero que sigue un trazado preciso, donde no hay movimiento que carezca de sentido. Como la vida misma, la obra nos lleva por vericuetos en la que uno no logra saber qué está dibujando salvo si mantenemos una mirada global. Nos guía lo que esperamos, no lo que tenemos sobre la superficie vacía.
El proceso nos dice también que ver una obra de arte no es un golpe visual único sino que al mirar recreamos. Nunca se ve una imagen al completo sino que percibimos partes que van formando en nuestro interior una imagen. Una imagen vale más que mil palabras pero nos equivocamos si creemos que nos hacemos con ella más rápido que el tiempo que tardamos en leer mil palabras. Mirar es recrear, es un proceso de composición. Žilda nos hace vivir esa experiencia al invitarnos a recrear hoy de nuevo la Santa Faz.
Este joven artista vagabundo a quien sus amigos de juerga pusieron el alias de Žilda realiza un único movimiento continuo, sin levantar una sola vez la mano de la superficie ni perder el pulso. Como la historia no pierde segundos ni deja de marcar la línea de la vida, tampoco la espiral creciente de la faz de Cristo abandona la superficie, el papel, el mundo, la carne. La espiral es siempre un ciclo de fidelidad al origen, amplía pero sigue la forma primigenia; la actualiza al ancho de cada momento, le da mayor alcance pero sigue el modo del primer trazo.
Conforme el dibujo da vueltas no puedo dejar de pensar que es esta una historia muy larga en la que en una de las grandes vueltas me incorporé yo, quizás tú, seguro que Žilda. En el vídeo no hay rotuladores, lápices, no hay manos ni rastro del artista. Solamente el trazo se ve y crece como una planta por sí mismo. Al desaparecer el autor somos todos los que lo vamos realizando. Es en realidad la historia de una imagen realizada por millones de personas sin que deje de ser un trazo sin interrupción. El misterio de la comunión entre generaciones está entrañado en esa línea espiral.
El trazo es continuo pero no es en ningún momento igual. Es único pero es también plural. Va cambiando el grosor, la profundidad de la presión sobre la superficie, el tono y la inclinación de la impresión. La historia va pasando de uno a otro y cada uno le da su tonalidad singular. Esas diferencias son las que van a formar el rostro de Cristo. La faz de Cristo en el mundo no se forma por un trazo homogéneo –ni menos aún es un espacio vacío ni blanco- sino por un trazo plural que da a cada poro su originalidad.
La historia continua creciendo en una espiral que parece no tener fin. Al mirar conjuntamente las zonas de líneas ya se adivinan partes de una cara. Es rostro pero también es el dibujo dactilar de una huella humana. Cada huella es única y cada rostro también. Con seguridad que tanto Žilda en 2009 como Claude Mellan en 1649 han pensado en ello. Siento que incluso es la clave para desentrañar la idea profunda de esta creación. El rostro de Cristo es la huella original del Hombre.
Cada uno dibuja el rostro de Cristo con su propia originalidad, de igual modo que cada huella dactilar es única. Y es paradójico que Žilda pueda querer expresar esto copiando precisamente un grabado que fue hecho casi 360 años antes. ¿No hubiera quedado más remarcada la idea haciendo una faz nueva, según se le ocurra al joven artista bretón?
En eso radica exactamente la propuesta de Žilda. No crea obras originales sino que recrea historias de siempre. La originalidad no viene de la imagen o la historia sino del lugar nuevo donde se hace presente y de los testigos ante los que se hace presente. La historia es la misma; el resto es todo diferente. Es la historia –en este caso la Faz de Cristo- la que da coherencia y continuidad al tiempo y une a todos los testigos en una sola cosa.
La faz-huella de Jesús no es un rostro estandarizado, copiado una y otra vez. El rostro de Cristo es la auténtica huella original del Hombre, pero a la vez es una experiencia única cada vez que un testigo la vuelve a ver.
Referencias
- Mozart, Wolfgang Amadeus (1791) Ave verum corpus KV618.
- Žilda (2009) La SainteFace 1649-2009