Estoy cansado de propósitos incumplidos, los míos y los de las personas de mi alrededor, así que he decidido volver a esa vieja costumbre heredada del catolicismo de antaño, para resaltar el pecado sobre la virtud, el lado oscuro del hombre frente a sus grandezas. Así me siento más seguro, huyendo de metas que no sé si voy a alcanzar y haciéndome un listado de pecados en los que no quiero caer: una ética de mínimos para almas torpes como la mía.
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El caso es que he descubierto que al margen de los diez mandamientos que el libro del Éxodo nos detalla y de los siete pecados capitales tan manidos desde el medievo, el 2022 nos trae un listado de nuevos pecados cuyo incumplimiento no sé si nos llevará al infierno, pero sí a una suerte de autodestrucción como sociedad e, incluso, como especie. Siento ponerme escatológico.
Conjugarlos en plural
Lo primero, y fundamental, es que los pecados del 2022 se conjugan en plural.
- No pasemos de largo si vemos a un hermano necesitado. Sigue vigente Mateo 25 y su aterrador juicio final. Por lo que no podemos mirar a otro lado cuando vemos personas que malviven por pasar hambre y sed, por ser forasteros, por no tener con que vestirse, por estar enfermos o presos. Hay pocos textos tan claros y concisos como este en el Evangelio.
- Cuidemos de la dignidad de toda persona. “Muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para todos. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados. La organización de las sociedades en todo el mundo todavía está lejos de reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma dignidad e idénticos derechos que los varones, y doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia. Todavía hay millones de personas —niños, hombres y mujeres de todas las edades— privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud”. (FT 22-24)
- Veneremos la infancia, pues “el que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí. Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar” (Mt 18, 5-6). No pensemos, solamente, en los actos de abuso, esclavitud o tortura para con los niños. Pensemos, también, en nuestros pecados de omisión, de desconsideración o falta de apoyo y acompañamiento.
- Busquemos el fundamento de lo que vivimos. Estad “dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y con respeto”. (1Pe 3,15). Conviene ahondar en el por qué de lo que creemos y huir de supersticiones, convenciones, lugares comunes, e intereses creados. Eso sí, convencidos de que cualquier verdad siempre puede ser mejor.
- No tentemos a los dioses como Prometeo. No pensemos que es con nuestro esfuerzo con lo que el mundo cambiará en una aventura “autorreferencial y prometeica de quienes en el fondo solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo” (FT 94).
- Huyamos de la fascinación del gnosticismo, de “una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan” (FT 94).
- Evitemos cualquier cosa que nos separa de los demás. Si un estado de ánimo, una opinión, una ideología, un sueño, una expectativa, una apetencia o una frustración, hace que el otro nos sea prescindible e, incluso, despreciable, algo falla.
- Cuidemos del planeta. Hay poco más que añadir a este mandamiento, la Tierra es nuestra casa, descuidándola no solo descuidamos el hogar que Dios nos regaló, estamos empeorando las condiciones de vida de muchos de nuestros hermanos. Cada uno sabrá lo que puede y tiene que hacer al respecto. Léase ‘Laudato si”.
- No llego al decálogo, me quedo en el nueve: Cuestionemos todo lo que acabo de escribir.
- Bueno sí, llego al diez, conviene sacudirse el polvo.