Por si alguien no está al corriente, 360 euros es el coste de una cita para tramitar asilo o refugio en España para aquellas personas procedentes de países que están amparados por esta posibilidad.
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Pero no entren a buscar esta tarifa. No la van a encontrar en ninguna página oficial (ni extraoficial). La tarifa simplemente se sabe. Se rumorea en los mentideros de los barrios a los que llegan estas familias con una maleta llena de bonitas expectativas pero que las acaban guardando debajo de una de las cuatro camas de la habitación que han ocupado en los últimos meses.
Auspiciados por el derecho internacional para vivir en España, pasados los tres meses de validez del pasaporte, se les ofrecen tres opciones: llamar a un número de teléfono que nunca les cogen, guardar una cola que nunca avanza o pagar 360 euros para que los mercaderes de citas que, como en las películas, han localizado a un policía corrupto al que le gusta más el dinero que las personas.
Un mercadeo indignante
Huelga decir que este mercadeo es indignante. Pero lo verdaderamente indignante es el dolor del indignado, del que ha perdido su dignidad, del que ha dejado de ser persona para ser mercancía.
Doy gracias a Dios porque, al menos, la palabra dignidad no ha desaparecido del diccionario, y sigue recordándonos que cualquier hombre o mujer se merece ser reconocido como tal.
Ya se nos anunció que “no hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer” (Gal 3,28), porque todos somos uno en Cristo, descendientes de Abrahán y herederos de la promesa. Otros ya dijeron que todos somos hijos de un mismo Dios; otros enarbolaron la bandera de la igualdad y la fraternidad.
Ya quedó dicho, pero los hay que aún no enteran. Y defienden que por encima de las personas están las leyes del mercado, las lujuriosas fortunas de unos pocos, las fronteras, el derecho inquebrantable de la propiedad privada, el mantenimiento de un orden moral y social, la defensa de nuestra tradición religiosa, los equilibrios políticos y, por supuesto, las guerras necesarias.
No tengáis cargo, conseguirán los 360 euros cuidando de nuestros abuelos, limpiando nuestras casas, llevando comida a domicilio en bicicleta o sirviendo comida basura doce horas al día.
Conviene sacudirse el polvo (y no os preocupéis que luego lo limpian ellos).