A comienzos de enero de 2020 se ha conocido un hecho que tuvo lugar en octubre de 2018. La agencia pública británica Gangmasters and Labor Abuse Authority (GLAA) hizo una terrible intervención en el norte del país de la que ahora se conocen las consecuencias judiciales en las que se condenan a los culpables.
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Durante cuarenta años, un hombre llamado Peter Swailes, de 56 años, ha mantenido a otro hombre de 58 años –con el que no tenía lazos familiares– prisionero en un cobertizo de madera ubicado en el parque de caravanas Hadrian’s Caravan Park, a las afueras de la ciudad británica de Carlisle. Lo usaba para hacer trabajos y le pagaba diez libras diarias. El cobertizo verde tenía menos de dos metros de largo, estaba anexo a la caravana donde vivía Peter Swailes —junto con su padre, del mismo nombre—, tenía una sola ventana, carecía de luz y no tenía calefacción. Había otro cobertizo donde los Swailes guardaban al perro de la familia y que los policías comprobaron que estaba en mejor estado que aquel en el que estaba encerrada la víctima. La víctima trabajaba en labores de pintura, asfaltado y otras chapuzas que le mandaban. Las autoridades lo han considerado un caso de esclavitud moderna.
Al liberarlo, la víctima estaba desaliñada y nervioso, y lo primero que dijo fue si podía lavarse, indicando un fregadero que había no lejos. A veces estamos tan alineados que nuestras reivindicaciones son mínimas, en este caso poder cuidar un poco el cuerpo, simplemente de poder lavar su piel. No hace un gran discurso, sino que su primera moción fue limpiar su piel.
El esclavo del Muro de Adriano
Esta historia sucedida a los pies del Muro de Adriano lleva al límite la deshumanización. En un mundo en el que las máquinas tecnológicas tienen una escala planetaria, se ha producido una desescalación del ser humano, que queda reducido como nunca antes en la historia no solo a una presencia infinitesimal, sino virtual, sin cuerpo siquiera. Sin embargo, lo primero que pide el hombre esclavizado es ir al grifo para lavarse. Los cuerpos siguen existiendo, aunque en el mundo meta no tengan ya no solo importancia, sino realidad.
La comparación con el cobertizo del perro continúa acentuando la deshumanización. Como Lázaro, el mendigo evangélico, aspira a que le traten al menos como a los perros a los que Epulón arroja los restos de su comida. Sin luz eléctrica, lavadero, calefacción, en un espacio muy reducido este hombre fue obligado a vivir cuatro décadas. Le explotaban trabajando como peón y eso señala la extrema soledad que debía rodearlos. Tuvo que llegar un momento en que perdió el deseo de libertad o quizás estaba vigilado continuamente por perros.
El caso del esclavo del Muro de Adriano puede parecer extremo, pero hay miles de mujeres que son prostituidas en condiciones de encierro que, aunque puedan no ser físicamente tan aisladas, ejercen tal fuerza que apenas hay diferencias prácticas con la esclavitud.
El hombre del Muro de Adriano hace pensar, finalmente, en cadenas de dominación en las que las personas son durante décadas víctimas de abusos de autoridad y conciencia, y año a año van perdiendo la capacidad efectiva de liberación y acaban concibiendo su encierro como parte de lo que son o merecen ser.
Referencias
- David, Barney (2022). Man kept as slave in shed for 40 years on caravan park near Carlisle. Evening Standard, 19 de enerod e 2022.