Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

5 acogidas de los discípulos de Emaús


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Leer la Escritura es un regalo que, en mi caso, me hicieron grandes maestros. Con ellos me asombré, descubrí, fui encontrando vida y perlas que guardar, llamadas que atender y, con el tiempo, se ha forjado una cálida alianza. Un lector de la Biblia no es un lector común, de muchos libros. Cada día, sabiamente, un pequeño texto ya conocido en el que, más que novedades, se encuentran profundidades y amplitudes. Sabe diferente y se va convirtiendo en diálogo. Si, además, se lee en comunidad y se abre a la escuela de la Iglesia, la Palabra se llena de voces y de referencias. La Escritura ha dejado, con los años, de ser mera letra.



Es, por ejemplo, el caso de los discípulos que salen de Jerusalén hacia Emaús. Una catequesis, en el mejor sentido de la Palabra, en la que Lucas expone la vida con el Resucitado según su propia comunidad, envolviéndola en las dos grandes tradiciones que dan testimonio de la Resurrección: la tumba vacía y “el dejarse ver” a los apóstoles. Allí, al final de su pequeño librito de composición, y a las puertas de lo que se llamará “Acción de los apóstoles” movidos por el Espíritu a la comunión y a la misión, Lucas nos narra una aventura sencilla en su exposición y densa en sentido.

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Respecto a esta bella página de la Biblia, a propósito de nuestra realidad más cotidiana y sencilla, me permito exponer 5 acogidas. No sin antes recordar que lo mejor es, sin duda alguna, leer y meditar por nosotros mismos el relato.

  1. La primera acogida la sitúo en los previos, en lo vivido en Jerusalén, de donde salen. En la secuencia, estas dos personas se han enterado de lo que ha pasado estos días: “iban conversando sobre todos estos acontecimientos.” Por tanto, no se van de vacío, como huecos. Sino que portan consigo lo ocurrido y le van dando vueltas juntos a la vez que caminan. Han acogido, en dos tiempos, una esperanza y un fracaso, un aliento y una decepción, un estímulo y su carencia. Y, si junto a Jesús su ánimo y entusiasmo se despertaba, sin Él no entienden a las mujeres. Hay una acogida, pero también un rechazo. Y, en estos previos, los caminantes parecen haberse llenado de miedo y haberse quedado sin fuerza de lo alto.
  2. La segunda acogida es, evidentemente, a Jesús mismo caminante. Acogen sin tener capacidad para ver lo que ven. Sus ojos están incapacitados para verlo. Lo cual es una expresión magnífica que, a mi entender, no solo se refiere a la “Resurrección” como tecnicismo por el que nos referimos a un acontecimiento singular y único, sino para la vida misma. Nuestros ojos, de modo natural, están incapacitados para ver la vida, porque la vida no se ve. Esto que decimos que vemos es, en realidad, un captar lo que hay, un abarcar desde nuestra vida lo que sucede. Pues, en estas, los caminantes acogen sin acoger del todo, ven sin ver. No les sorprende el caminante, lo cual era evidentemente de lo más normal, como que él no esté en la misma situación que ellos, consternado por lo que ha ocurrido estos días en Jerusalén. Recuerdo siempre, llegado este momento, que el texto subraya en Lucas insistentemente la “proximidad” como verbo, en acción dinámica, para destacar a su manera que cuando Dios se da (y se da a conocer) lo hace como Amor en salida. Y que la Encarnación, a mi entender, no se da sin más al tomar carne, sino cuerpo en relación “táctil” con el otro. Es Jesús aquí quien, como Dios hace en diálogo con la libertad de cada uno, posibilita y dilata la experiencia de vida de las personas con su proximidad discreta, tantas veces silente y, a los ojos de la fe, tan salvíficamente paciente.
  3. La tercera acogida sería la escucha atenta de su explicación. Al tiempo que caminan, después de su exposición, de su “compartir vida”, se da también una segunda acogida de la Palabra. Esta no es primera, sino segunda; esta no es para la descripción de lo que hay, sino para la esencia de lo que ha sucedido. Es Jesús quien toma la palabra y, después de una buena -y bíblica- “reprimenda”, al modo como en Éxodo se habla de “duros de cerviz”, comienza su explicación. Se acoge aquí el sentido que, como ellos mismos dirán, enciende su corazón, reanima las ascuas en su interior. Tal y como lo contamos, parece que escuchar es lo más pasivo del mundo y que todo lo hace aquí Jesús. Lo cual, a mi entender, es un enorme error. Porque no comprender que la escucha es igualmente activa, o que, mejor dicho, la escucha es “cosa de dos”: de quien habla, con maestría, y de quien escucha, con discipulado.
  4. La cuarta sería la acogida en su casa. Aquellos 11 kilómetros y algo, da para tejer una relación. No una milla, dos, tres, cuatro… Un buen paseo juntos hasta que, llegados a su término, se muestran del todo acogedores y ofrecen su casa. Es decir, encarnan la apertura, conforme a las costumbres hospitalarias probablemente, aunque prefiero verlo como una auténtica decisión libre. En otros momentos el mismo evangelio revela que la acogida no es automática. Igual que en los milagros se da voz a quien está herido o al borde del camino, aquí el relato nos muestra que ellos se hacen con la Palabra y cobijan. Como si la acogida fuera progresivamente más personal. Palabras que, dicho sea de paso, se han quedado en la Iglesia como una oración y canto, como invitación -curiosamente- en la que deseamos ser más acogidos que anfitriones del Señor en nuestra morada. Cuando el relato continúa, la respuesta que da Jesús, por la vía práctica, no es de mero asentimiento, sino que se acomoda con ellos, como en un banquete.
  5. La quinta está en cómo ellos han sido acogidos por el Señor en la Eucaristía. La sorpresa llega aquí, en esta faceta y aspecto del relato que no es fácilmente traducible a las lenguas modernas. En clase, a mis jóvenes alumnos, les cuento la experiencia del beso. Hay besos que se dan y besos que se reciben. Pero otros besos, los más propios del amor de comunión, no pertenecen a una persona, sino a las dos, y las dos dan y reciben en beso. De ahí que en nuestra lengua usemos, para estos besos tan singulares, la primera persona del plural: nos dimos un beso. A mi entender, las acciones en las que el Resucitado se muestra al coger el pan, bendecirlo, partirlo y repartirlo, en el conjunto del relato, es un plural que los ha acogido a ellos hasta el punto de dejarse ver y ser visto. De ahí ese “reconocer”, esa capacidad de “ver lo invisible”, de confirmar en ellos y sellar con ellos esta nueva alianza. Acto seguido, al igual que María de Magdala, Juana y María de Santiago, vuelven a Jerusalén, ya, por tanto, sin miedo a la muerte, habiendo recibido el Espíritu de la Vida de lo alto, la fuerza de lo alto.

Cinco acogidas, como cinco puertas. La de la memoria, la de la proximidad, la de la palabra, la de la casa y la de la Eucaristía.