El 7 de septiembre se publicó el documento preparatorio del Sínodo sobre la Sinodalidad. Un texto breve, de 10 páginas aproximadamente, con una fuerte estructura. Tres palabras clave orientan la comprensión: comunión, participación y misión. Que, a mi modo de ver, relevan la claridad de quienes están detrás trabajando e impulsando esta reflexión en la Iglesia universal, allí donde haya una comunidad interesada en la eclesialidad.
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Comunión
El primer acento, la comunión. Antes que cualquier otro. Pero no una comunión forzada, obligada, restrictiva. No es un “ser parte de la Iglesia” y cuidado con no salirse de allí, con rozar los límites. Sino que es tomado como referencia y signo de la presencia de Dios. Allí donde está Dios hay comunión y donde hay comunión está presente Dios. Una fraternidad misericordiosa, cercana y vigilante. No es una asociación, es una comunidad. No es un grupo, es una comunidad. Una unidad diversa, plural, variada, rica, con vínculos fuertes y sostenibles entre hermanos.
Participación
El segundo acento, la participación. Ya en un segundo escalón, no en primer plano. Lo que acompaña a la participación es la valentía. Es el tomar la palabra, el compartir -también eucarístico- y que de Dios nace, pues la persona se sitúa en primer lugar a la escucha. No es hablar por hablar, ni juntarse para contar cosas. Participar activamente en todos los sentidos.
Misión
Y el tercero, que cierra el círculo, vuelve a recordar a la Iglesia que la Iglesia en sí misma es sacramento y servicio en medio del mundo. Por lo tanto, lejos de convertir la sinodalidad en una vuelta hacia sí misma, en un pliegue y en un refugio, impulsa claramente la misión. De ahí que, en su misma apertura, la sinodalidad sea relevante. Dicho de otro modo, por repetir lo que está dicho: es la Iglesia entera la que está en misión, no es algo que corresponda a unos pocos.
Voy, después de lo dicho, con 5 errores a la hora de comprender la sinodalidad, que muy probablemente todos hayan pensado:
- Sinodalidad como mundanización de la Iglesia, como democratización de la Iglesia. La Sinodalidad, en los términos que viene expuesta, es querida por Dios, propiciada por Dios y Jesús mismo es el primero que sale al encuentro de los caminantes igual que el Espíritu es quien impulsa decisivamente la unidad.
- Sinodalidad no es igualitarismo, es participación integrada, es participación activa, es implicación. La reserva que impone la necesidad de comunión para que la asamblea sea Iglesia necesita diversidad de dones y carismas, de situaciones, de inquietudes. La vida misma, lo más familiar del mundo, que no puede segarse.
- Sinodalidad no es impostura, artificio, ni puede quedarse en un barniz estético. Venimos de donde venimos y la historia nos recuerda fácilmente que, en el desarrollo mismo de la Iglesia, hay siempre asuntos por purificar. La intención del documento está expuesta con claridad meridiana y es fundamental recordarlo: la iglesia es sinodalidad, se trata por tanto de recuperar su rostro genuino.
- Sinodalidad no es para unos pocos. Nada en la Iglesia lo es, propiamente hablando. Pero no se trata de algo que unos cuantos han pensado, como pueda parecer, al hilo de las filosofías sociales de la segunda mitad del siglo anterior, sino de reconocer un signo propio de los tiempos, que ha madurado en este momento, al menos en una parte del mundo y que quiere impulsarse para todos. El recorrido, que se puede seguir desde antes del Concilio Vaticano II y, evidentemente, con posterioridad en su recepción, no culmina aquí, sino que este tiempo es para fortalecer su impulso.
- Sinodalidad no es una cuestión estructural, de organización de la Iglesia, sino de configuración de la vida cristiana. Una llamada, por tanto, a la responsabilidad única e intransferible de cada cristiano y un recuerdo para todos. Si se quedara simplemente en impulsar modos y formas comunitarias de organización, la pobreza sería enorme. Si no se consigue que esto cale en cada cristiano, se sienta interpelado y dé una respuesta con su fragilidad y con su don, entonces la inercia y las resistencias dejarán todo como está.
Ojalá hagamos el esfuerzo de desacomodarnos y emprender camino juntos, en Compañía. Ojalá no esperemos a que digan y empecemos a compartir. Ojalá no nos cerremos en nuestra realidad más inmediata y cultivemos la fraternidad social y universal. Aquellos que podemos agradecer el sincero reconocimiento de hermanos en muchas partes del mundo, en muchas situaciones, en muchas comunidades y misiones, en muchas y muy diversas formas de vivir su fue sabemos que es uno de los regalos más grandes que Dios nos ha dado y que son fundamentales para situarnos a la escucha de la Palabra con sinceridad y apertura, y nos hacen participar de la Eucaristía de otro modo. Adelante.