El 25 de julio de 1968 el papa Pablo VI publicó su encíclica Humanae vitae “sobre la regulación de la natalidad”, como dice el subtítulo. Un documento que armó tremendo alboroto, pues la decisión del papa produjo descontento y desconcierto: muchos obispos manifestaron su desacuerdo, también los teólogos –y no menciono a las teólogas porque las mujeres todavía no opinaban en cuestiones teológicas– alzaron sus voces de protesta y las parejas, en su mayoría, hicieron oídos sordos a la enseñanza de Pablo VI o prefirieron alejarse de la Iglesia. Una encíclica que el conocido teólogo moralista Marciano Vidal calificó en las páginas de Vida Nueva como “el texto pontificio más controvertido en los últimos tiempos, tanto dentro como fuera de la Iglesia”.
Y aunque muchos y muchas comentaristas se han pronunciado en las últimas semanas con motivo de los 50 años de la publicación de Humanae vitae, permítanme que me una a dichos comentarios, aunque no sé si recordar hechos ocurridos hace 50 años y referirme a un problema moral que por aquella época se debatía pero carece de interés para las generaciones actuales es como si estuviera haciendo arqueología. Sin embargo, creo que vale la pena hacer eco a Amoris Laetitia y volver la mirada a este documento controvertido en su momento para, como lo propone el papa Francisco, “redescubrir el mensaje de la encíclica ‘Humanae vitae’ de Pablo VI” (AL 82). Sobre todo, recordar las circunstancias de su publicación.
Nuevas cuestiones
Circunstancias que, explicitaba el documento en los primeros renglones, eran “las nuevas cuestiones que la Iglesia no podía ignorar” (HV 1) y que el momento planteaba: “Se trata, ante todo, del rápido crecimiento demográfico. Muchos manifiestan temor de que la población mundial aumente más rápidamente que las reservas de que dispone, con creciente angustia para tantas familias y pueblos en vía de desarrollo, siendo grande la tentación de las autoridades de oponer a este peligro medidas radicales” (HV 2).
Porque eran, también, cuestiones que la Iglesia no podía ignorar las diversas teorías que entonces se ventilaban en relación con el aumento desmedido de la población mundial, particularmente el neomalthusianismo puesto sobre el tapete por el Population Reference Bureau y el International Planning Parenthood Federation, dos instituciones estadounidenses que establecieron la alarma acerca del grave peligro que dicho crecimiento demográfico representaba para la humanidad y diseñaron estrategias para reducir la natalidad. Lo cual se podía facilitar gracias a la píldora anticonceptiva que los doctores Pincus y Rock, cada uno por su lado, descubrieron para aumentar la fecundidad y que en 1960 comenzó a usarse para evitar embarazos no deseados. Por otra parte, la revolución sexual estaba en pleno furor en el marco de la llamada Revolución del 68.
Para estudiar el problema de la regulación de los nacimientos, en 1964 Juan XXIII había convocado una comisión de expertos en diversas disciplinas que no llegó a un consenso y entregó dos informes. Uno, que se llamó el “Informe de la Mayoría”, presentó una visión más amplia que la doctrina tradicional, proponiendo el amor como criterio de moralidad al decir que “la moralidad de cada uno de los actos conyugales depende de las exigencias del amor mutuo en todos sus aspectos”. Pero Pablo VI no hizo eco al “Informe de la Mayoría” sino que optó por las conclusiones del otro informe, el “Informe de la Minoría” y fundamentó su enseñanza en la ley natural para afirmar que “todos y cada uno de los actos conyugales deben estar abiertos a la transmisión de la vida” (HV 14).
Un amor total
Ahora bien, este párrafo distrajo la atención del resto de la enseñanza que la encíclica ofrecía. Por ejemplo, la síntesis de las que podrían ser las notas y las exigencias características del amor conyugal como “un amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual a un mismo tiempo, un amor total, […] un amor fiel y exclusivo hasta la muerte, […] un amor fecundo, que no se agota en la comunión entre los esposos, sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas” (HV 9).
También representaba un cambio significativo la doctrina sobre el amor conyugal como fundamento y constitutivo del matrimonio y la interpretación del acto conyugal que, superando el concepto puramente procreativo, resaltaba los valores personales e interpersonales de la experiencia de pareja. Importante, asimismo, la presentación del sentido de la paternidad responsable en relación con los procesos biológicos y con las condiciones físicas, económicas, sicológicas y sociales (HV 10), con lo cual admitió la licitud de la regulación de los nacimientos, pero solamente recurriendo a los métodos naturales de planificación familiar pues, además de condenar tajantemente el aborto y la esterilización, rechazó los métodos artificiales para controlar la natalidad, es decir, toda interferencia en los procesos fisiológicos de la reproducción.
“El control natal es más rentable”
¿Pero por qué Pablo VI optó por el “Informe de la Minoría” y, a sabiendas de que su decisión no iba a ser bien recibida, dijo no a la píldora anticonceptiva que el “Informe de la Mayoría” no había rechazado? Para responder a esta pregunta vuelvo aquí a recordar las políticas antinatalistas de Estados Unidos para los países del tercer mundo tipificadas en las exigencias del Banco Mundial a los países subdesarrollados para otorgarles préstamos en relación con el establecimiento de políticas de control de natalidad y las palabras del presiden Lyndon Johnson en la Asamblea de Naciones Unidas en 1965 refiriéndose a los países de América Latina y Asia: “es más rentable invertir cinco dólares en control natal que cien en crecimiento económico”. Pues resulta que en el seguimiento de estos hechos hace cincuenta años encontré por qué Pablo VI se arriesgó a asumir la posición conservadora: para no doblegarse a presiones de sabor imperialista ni dar la razón a la campaña antinatalista orquestada en Estados Unidos.
Y ahora resulta que la Libreria Editrice Vaticana acaba de publicar una investigación de Gilfredo Marengo en el Archivo Secreto Vaticano y en el Archivo de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con el título La nascita di un’enciclica: Humanae Vitae alla luce degli Archivi Vaticani. Monseñor Marengo reconstruye en su libro las diferencias y discusiones que surgieron durante la preparación de la encíclica, revela que Pablo VI contempló la posibilidad de que las parejas pudieran utilizar métodos anticonceptivos –lo que consultó a los obispos en el Sínodo de 1967, quienes en su mayoría eran partidarios del uso de la píldora– y que hubo una primera redacción de la encíclica con el título De nascendae prolis, pero el papa Montini cerró la puerta a los métodos artificiales de control de natalidad, decisión que, afirma el investigador, “estuvo influenciada por la difusión de inquietantes políticas contrarias a la natalidad en muchas partes del mundo, en particular en las zonas más pobres y subdesarrolladas”. Por eso no veo el momento de leer el libro de monseñor Marengo, al cual solo he podido tener acceso a través de las reseñas que han sido publicadas.