El acuerdo
Desde que se muestran al público algunas de las salas más destacadas del Palacio de Letrán, la sede del Vicariato de Roma, llaman la atención, entre otras cosas, las que iban a ser las habitaciones del papa Juan XXIII y, sobre todo, la sala en la que se firmaron los Pactos de Letrán con el registro de los firmantes en el libro de acceso de lo que en 1929 era un museo misionero. Es la llamada Sala de los Pontífices porque en su friso superior están representados 19 papas. Allí, el 11 de febrero de 1929 se firmaron los Pactos de Letrán saldando definitivamente la Cuestión Romana.
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Para firmar este acuerdo con el que se inaugura la existencia del Estado de la Ciudad del Vaticano el papa Pío Xi envió al Secretario de Estado, el cardenal Pietro Gasparri, y el entonces rey de Italia, Víctor Manuel III envió a su primer ministro –casi ya dictador–, el conocido Benito Mussolini. El acuerdo suponía la reconciliación oficial entre el nuevo estado Italiano y la Iglesia tras la abrupta ruptura con la toma de Roma en 1870. En pleno desarrollo de la Italia fascista se llegaron a tres acuerdos: uno con el que se reconocía a la Ciudad del Vaticano como estado independiente y soberano, dotado de su propio territorio, el nuevo concordato con Italia y una compensación económica y otras compensaciones –incluyendo inmunidad para edificios y zonas extraterritoriales más allá del núcleo en torno a la basílica de San Pedro–.
La reconciliación
Al italiano corriente de aquella época lo que más le afectó fue la aplicación del concordato; sin embargo, lo que sigue vigente hasta hoy en día son los otros dos acuerdos. En 1962 el entonces cardenal Giovanni Battista Montini, explicaba en el Capitolio estadounidense que “hoy en día es difícil y casi inquietante para nosotros entender las pasiones que tanto conmovieron y amargaron los eventos de aquel tiempo y los años que siguieron. Algo faltó a la vida italiana en su primera formación, no fue otra cosa sino su unidad interior, su consistencia espiritual, su humanidad patriótica, y por consiguiente su plena capacidad para resolver los problemas de su desigual sociedad, tan necesitada de nuevos sistemas, y ya desde aquellos días atravesada por feroces corrientes de agitación y subversión. Afortunadamente para nosotros hemos llegado a un acuerdo satisfactorio con la famosa conciliación de 1929 y con la afirmación de la libertad y la democracia en nuestro país”.
La historiografía, a favor y en contra es abundante, pero lo cierto es que es difícil hoy imaginarse el Vaticano sin la independencia que le da su peculiar naturaleza jurídica derivada de su soberanía. Aunque la relación con Italia no puede negarse y en los asuntos prácticos es más que lógica, lo cierto es que las instituciones curiales y de la Santa Sede necesitan crecer más es internacionalización y despegarse de modos y maneras italianísimas. Leer con las claves del Vaticano II los Pactos de Letrán puede ser una buena manera de hacer que la Iglesia gane en independencia real y que la Curia refleje ese estilo poliédrico al que en tantas ocasiones se ha referido Francisco.