A la búsqueda de un nuevo lenguaje


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Me encuentro con un sacerdote amigo que escribe muy bien y le pregunto -ya hace tiempo que no leo nada de lo que habitualmente publica en algunos portales de internet- por qué ha dejado de escribir. Me contesta que sigue escribiendo pero que no publica porque está cansado de los comentarios que tiene que soportar cada vez que algo suyo empieza a circular por las redes. Le comento que es una lástima que muchos dejemos de enriquecernos con sus aportes por algunos que no entienden o no comparten sus opiniones, y que eso de los comentarios es algo con lo que hay que lidiar y de lo que a veces se puede aprender.

Insiste en que no, que no hay nada de provechoso en esas palabras que solo pretenden descalificar, que no se trata de opiniones diferentes sino de reacciones sin ningún argumento. Le gustaría mucho que se expresaran opiniones diferentes, pero eso es justamente lo que nunca encuentra, solo recibe halagos o críticas sin ningún fundamento en ninguno de los dos casos. En los comentarios positivos solo logra alguna frase de apoyo y gratitud; pero en los casos de los desacuerdos o las discrepancias percibe un enojo, un resentimiento, un fastidio o algún otro sentimiento similar, a los que no encuentra sentido.

Intento convencerlo sin éxito. No le interesa ese público, prefiere distribuir sus aportes entre quienes sabe que valoran lo que él hace. Le hago notar que eso nos encierra, nos separa de quienes piensan de manera diferente y con ironía, y algún resentimiento, me contesta que se conformaría con que “esos piensen”, aunque fuera de otra forma. Le digo que me parece que él está reaccionando de la misma manera que quienes tanto le molestan y lo invito a preguntarse el porqué de ese fastidio. Entonces me explica, y tengo la impresión de que al explicarme a mí se lo está explicando a sí mismo.

Repetir y repetir

Lo que verdaderamente le resulta intolerable es la actitud de quienes comparten su fe en Jesús y que son incapaces de leer o escuchar una sola palabra que no coincida con su manera de pensar o vivir su experiencia religiosa. Le resulta inaceptable que quienes se consideran cristianos tengan esa incapacidad para cuestionarse y ese desinterés por escuchar otras formas de hablar de la Iglesia o de Jesús y de su Evangelio. Tiene la impresión de que muchos, según él, “casi todos”, solo quieren confirmar lo que ya saben, son incapaces de abrir sus corazones a otras posibilidades. Y, avanzando un poco más, dice que es por eso por lo que las revistas y los libros llamados “católicos” son insoportablemente aburridos: “Desde la primera línea que se lee uno ya sabe todo lo que sigue”.

Ante ese comentario me tengo que callar, es una sensación que lamentablemente comparto. Por mi actividad tengo que leer mucho de lo que se escribe en los ambientes eclesiales y debo reconocer que pocas veces me sorprendo con algo que me resulta novedoso y atractivo. En muy pocos textos se descubren rasgos personales, búsquedas propias y apasionadas, auténticos intentos de encontrar otros lenguajes y otras imágenes que permitan hacer más cercano a las personas de nuestro tiempo el mensaje de Jesús. Urge comprender que hoy carece de interés aquello que se escriba o se diga y que no esté marcado por un rasgo que refleje la búsqueda de una respuesta personal a lo que implica ser cristiano en este comienzo del siglo XXI.

Lo más fácil es repetir “lo que dice la Iglesia” o “lo que dice el Papa”, y eso no está mal si no fuera porque es repetir. El otro camino fácil es la crítica constante que refleja frustraciones o desengaños, y en este caso también abundan las repeticiones. Lo difícil es encontrar una manera propia de presentar para cada realidad, y con un lenguaje personal, los acontecimientos importantes o lo que dicen la Iglesia, el Papa, o determinados personajes; y más complicado aún es encontrar esa manera propia cuando se trata de presentar el Evangelio y la persona de Jesús.

Mi amigo no es de aquellos que repiten lo que se dice en todas partes y lo que están acostumbrados a leer los que navegan sitios “católicos” de internet, es por eso por lo que recibe esos comentarios hostiles que lo han cansado. Sin embargo, considero que hay que insistir; un nuevo lenguaje no se construye de un día para el otro, no se logra recorriendo caminos seguros. Como dice Francisco: “Solo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador” (Mensaje de la 50º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales).