¿A quién evangelizaba san Pablo?


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Estamos cerca de una serie de citas electorales (elecciones vascas, catalanas y europeas). En los días previos, los partidos políticos se debaten para atraer a cuantos más votantes mejor. Para ello, tienen que fijar claramente cuáles son sus objetivos, su ‘target’, como se dice en ‘marketing’.



A san Pablo también le ocurrió esto. Él se consideraba “apóstol de los gentiles”, es decir, de los no judíos. Así queda de manifiesto en la carta a los Gálatas, que dice: “Se me ha encomendado anunciar el Evangelio a los incircuncisos, lo mismo que a Pedro a los circuncisos, pues el mismo que capacita a Pedro para su misión entre los judíos, me capacita a mí para la mía entre los gentiles” (Gál 2,7-8).

San Pablo Apostol De Los Gentiles

Sin embargo, en los Hechos de los Apóstoles siempre vemos que, cuando llega a una ciudad, lo primero que hace es dirigirse a la sinagoga. Lo cual cuadraría con la presentación que se pone en sus labios, alguien profundamente arraigado en la tradición judía: “Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad [Jerusalén]; me formé a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros padres; he servido a Dios con tanto celo como vosotros mostráis hoy. Yo perseguí a muerte este Camino, encadenando y metiendo en la cárcel a hombres y mujeres” (Hch 22,3-4).

Temerosos de Dios

¿Y si san Pablo, cuando se dirigía a las sinagogas, no lo hiciera para encontrarse con los judíos, sino con los paganos que se movían en la órbita de la sinagoga? Se trataría de aquellos paganos que se sentían atraídos por el judaísmo, pero que se resistían a dar el paso a formar parte de los “prosélitos”, los paganos que se habían pasado al judaísmo con todas las consecuencias. Así, los “temerosos de Dios” –como el centurión Cornelio (Hch 10,2) o Ticio Justo (Hch 18,7)– o “adoradores de Dios” –como Lidia (Hch 16,13-14)– comulgaban con las principales ideas y preceptos judíos, pero se sentían incapaces de asumir otros, como la circuncisión –en el caso de los varones– y determinadas prácticas alimentarias.

Este sería el “público objetivo” de la predicación de san Pablo, que se encontraba en las inmediaciones de la sinagoga. A él le ofrecería el Evangelio, que se podría interpretar y presentar como el Dios de Israel –eso sí, con la mediación de Cristo muerto y resucitado–, pero sin algunas de las obligaciones de la Torá, precisamente aquellas que los temerosos o adoradores de Dios rechazaban.