El nombre de Dios es Misericordia es el libro del periodista Andrea Tornielli que presenta una extensa entrevista al papa Francisco, en la cual el Santo Padre se explaya sobre el sentido de la misericordia divina y la importancia que tiene que en este tiempo de la Iglesia se vuelva a tomar conciencia de este tema como algo absolutamente central en la vida del cristiano.
En la presentación que hace Tornielli a modo de prólogo y que lleva por título La mirada de Francisco, el periodista hace referencia a dos detalles que describen sencilla y profundamente el contenido del libro y el punto de vista del Papa. Vale la pena detenerse en esas dos observaciones que hablan de la perspicacia del periodista y del espíritu que anima al papa Francisco.
En primer lugar, Tornielli relata algo que él llama “ una escena entre bastidores” que le pareció muy significativa y que esperaba que el entrevistado no se tomara a mal que fuera revelada. Lo expresa así: “estábamos hablando de la dificultad de reconocernos pecadores y, en la primera redacción que había preparado, Francisco afirmaba: ‘La medicina existe, la cura existe, siempre y cuando demos un pequeño paso hacia Dios’. Tras leer el texto me llamó y me pidió que añadiera: ‘o cuando tengamos al menos el deseo de darlo’. Una expresión que yo torpemente había dejado caer en el trabajo de síntesis.”
Efectivamente se trata de algo significativo. Al retocar el texto el Papa puso de manifiesto su corazón de buen pastor que hace todo lo posible por llegar al pecador. No es necesario ni siquiera “un pequeño paso hacia Dios” es suficiente “el deseo de darlo”. Allí se refleja la fina sensibilidad de un confesor con mucha experiencia, no solamente con conocimientos de moral. Y, lo más importante, allí se muestra una actitud claramente evangélica, esa es la actitud de Jesús ante quienes se acercan a él, para el Maestro es suficiente el deseo, muchas veces difícil de expresar, en ocasiones solo reflejado en un gesto.
Animado por esas palabras del Papa, Andrea Tornielli agrega: “Dios nos espera con los brazos abiertos, nos basta dar un paso hacia Él como hizo el hijo pródigo. Pero si no tenemos la fuerza de hacer ni siquiera esto porque somos débiles, nos basta al menos tener el deseo de hacerlo. Es ya un comienzo suficiente para que la gracia pueda funcionar y la misericordia sea otorgada.”
Pero el periodista no se detiene allí. Esa escena vivida junto a Francisco le recuerda otra, reflejada en la novela A cada uno un denario de Bruce Marshall. El protagonista del libro, el abad Gastón, debe confesar a un joven soldado condenado a muerte. El joven le revela su pasión por las mujeres y sus numerosas aventuras amorosas. El abad le explica que debe arrepentirse y el muchacho responde con una frase que podría ser repetida en la actualidad por infinidad de jóvenes en cualquier confesionario: “¿Y cómo hago para arrepentirme? Era algo que me gustaba y, si tuviera la ocasión, volvería a hacerlo ahora también. ¿Cómo hago para arrepentirme?” El abad busca la manera de absolver al joven a punto de morir y le pregunta: “¿Pero a ti te pesa que no te pese?” Y el joven responde “Sí, me pesa que no me pese”. El joven siente no estar arrepentido y esa es la pequeña grieta que permite al misericordioso confesor dar la absolución.
Pocas páginas pueden expresar mejor el espíritu que anima al Año de la Misericordia al que Francisco ha convocado. En un mundo sin misericordia, sin ni siquiera respeto por la vida de los demás, la Iglesia repite a quien quiera oír el mensaje más sorprendente y desconcertante. Es suficiente el deseo de pedir perdón y el deseo de perdonar. Desde ese punto de partida se puede reconstruir todo, la relación con Dios y los hermanos; las familias; el tejido social de naciones enteras. Esa es la Buena Noticia, esa es la alegría del Evangelio.
A diferencia de otras épocas, en las que para animar a la conversión se utilizaba la amenaza y el anuncio de horribles castigos y desgracias, ahora el camino elegido es el de poner de manifiesto la misericordia de Dios y la seguridad de su perdón. Al menos es el camino elegido por el Papa Francisco, falta saber si toda la Iglesia lo acompañará en su valiente desafío.