El lenguaje de la publicidad siempre me resulta muy sugerente. Se nota que detrás de cada anuncio hay personas que le dan muchas vueltas cuanto deseamos los seres humanos y a aquello que se nos hace complicado en lo cotidiano. Últimamente he visto en las calles la campaña de una marca de cerveza que interroga al lector con dos posibilidades puestas en confrontación. Hay carteles inmensos donde, junto a la imagen de un botellín, se pregunta: “¿Amor verdadero o ganar mucho dinero?” o “¿ir de viaje a Bali o a la boda de tu prima?”. Está claro que la marca pretende vincular consumir su producto con tomar decisiones que se alejan del conformismo, pero, en este tiempo litúrgico, no he podido evitar recordar que iniciamos siempre la cuaresma recordando el papel de las tentaciones en el camino creyente y cómo el mismo Jesús tuvo que enfrentarse a ellas.
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Quizá no nos llevemos tan bien con nuestra prima como para renunciar a un viaje a Bali por ir a su boda, pero hay decisiones que, en la práctica no resultan nada sencillas de hacer. Las peores tentaciones, las que realmente nos ponen en un verdadero dilema, son aquellas en las que no es evidente qué es lo mejor. De hecho, en los relatos bíblicos la tentación siempre juega con un elemento de verdad. Aunque no se tratara de todos, era cierto que Dios había prohibido comer de un árbol (cf. Gn 3,1) y a Jesús se le tienta partiendo de reconocer su identidad de Hijo y a golpe de cita de la Escritura (cf. Mt 4,6). Siempre parece haber elementos de verdad que generan confusión y exigen un discernimiento mucho más fino del que a veces solemos hacer.
Arengas rotundas y poco matizadas
Entre quienes intentamos creer y seguir a Jesucristo no es difícil que abunden afirmaciones categóricas sobre lo que está bien y lo que está mal, como si siempre tuviéramos que elegir entre blanco y negro y no jugáramos con el amplísimo abanico de tonos grises con los que se colorea la realidad. Nos vemos impelidos a tomar constantes decisiones cotidianas, y no siempre es fácil ni evidente elegir lo correcto. Las arengas rotundas y poco matizadas que regalamos por doquier, con frecuencia sin que se nos pidan, no ayudan demasiado a ese discernimiento delicado que ha de atender a cada circunstancia.
Quizá un buen ejercicio de cuaresma puede ser el de abandonar las afirmaciones generales, gruesas y ‘ex catedra’, para atender a cada persona en sus circunstancias. Vaya a ser que se nos olvide que las opciones no suelen ser, como proponen en la campaña publicitaria, entre amar y tener mucho o entre viajar e ir a un acto social con una prima a la que imaginamos lejana, sino entre realidades de las que no es tan fácil reconocer en cada situación qué es lo mejor o lo menos malo para alguien concreto.