Hay pocas cosas más incendiarias que hablar de placer y sexo. Mencionar el tema, incluso bajo la perspectiva sana de las cosas, es fuente común de asombro, sospecha y controversia. De por sí nuestra Iglesia está llena de debates, como para sumarle ahora otro, que invitaría a ciertos ejercicios de abstinencia sexual durante la cuaresma. Quizá por eso nos replegamos, para acabar pensando que la ‘abstinencia de carnes’ se refiere a comer pescado los viernes.
Pero la abstinencia sexual no es maniqueísmo, ni jansenismo, ni puritanismo. Nuestro catolicismo no sostiene que el alma sea buena y el cuerpo malo. No afirmamos la predeterminación de algunos a la lujuria y otros hacia la castidad, eliminando la posibilidad de la libertad humana y creando divisiones entre nosotros. Ni tampoco jugueteamos con esa idea que asocia ingenuidad sexual y virtud, especialmente en el terreno de lo femenino.
Entonces si la verdadera virtud es la templanza y no la abstinencia, cabe preguntarnos si esta última práctica tiene aún sentido en nuestras vidas cotidianas. Y para poder responder a ello, necesitamos revisar también hablar de placer.
Placer
El placer tiene un orden natural en nuestra vida. En su ejercicio hallamos distinciones en diversidad, obviedad, especialización e integralidad.
Primero, hay gran diversidad de placeres. Cada uno de los dinamismos en nuestra naturaleza tiende a su realización propia y eso es intrínsecamente bueno (Gen 1,27-31). Sentimos placer al ingerir alimentos, al descansar y también en el acto sexual. Nos deleitamos escuchando música o metiéndonos en una buena película. Saltamos de gusto al entender correctamente algo y superar así la negación, la confusión o el error. Hablamos de plenitud al experimentar la diversidad, matices y combinaciones de sentimientos y emociones. Disfrutamos nuestro logro y autoafirmación, cuando alcanzamos el éxito tras haber persistido en cosas que valían la pena, incluso aunque a nadie más pareciera importarle. Nos regocijamos en el encuentro y en el amor con otros. Nos extasiamos, en asombro y reverencia constante, por la majestad de Dios que penetra toda la creación.
Segundo, hay placeres que son obvios y espontáneos, mientras que otros más sutiles solo se alcanzan a través de un trabajo constante y dedicado. La satisfacción orgánica y respuesta afectiva cuentan con retroalimentación casi inmediata. El desarrollo de la creatividad y el intelecto requieren mayor esfuerzo. La solidaridad para el encuentro y la determinación de la voluntad no son cosas tan habituales. Y el placer contemplativo es tan poco común que hay quienes lo consideran un asunto de ficción. Por tanto, podemos decir que hay placeres más fácilmente alcanzables que otros, a la vez que la experiencia integrada refleja nuestra autorrealización (Kreeft, 2014).
Tercero, la especialización nos permite distinguir grados de práctica y apropiación al ejercitar ciertos dinamismos y experimentar sus respectivos placeres. En la alimentación hay comelones, sibaritas y sommeliers y todos ellos encuentran placer en la comida. Respecto al cine, tanto los aficionados a las películas palomeras, como los conocedores de filmes de arte salen conmovidos tras lo que consideran una buena película. La especialización implica que la atención a ciertos aspectos de nuestra naturaleza implica a su vez relegar a otros a un segundo plano y esto podría en un descuido alterar el orden natural de las cosas. Aquí, el síntoma de una meta alcanzada deja de ser la conclusión lógica para convertirse en la meta misma. Cuando el placer suplanta al desarrollo como objetivo de un dinamismo humano, nos topamos con una perversión. Es decir, en perversión buscamos el placer por el placer mismo, no porque sea reflejo de nuestro crecimiento.
Cuarto, el desarrollo humano y los placeres que genera son más sostenibles cuando se avanza de modo integral. Por ejemplo, cuando la creatividad, la sensibilidad, la libertad y la disciplina física colaboran podemos encontrar casos de virtuosismo artístico. Pero si los rompemos la integralidad o nos instalamos en los extremos la cosa cambia. Sin un desarrollo integral, tanto la aridez emocional como la ansiedad permanente pueden destruir nuestras vidas y las de otros. E igualmente ni la anorexia ni la obesidad mórbida permiten que el organismo funcione apropiadamente. Por ello señalamos que la templanza invita a moderar nuestra atracción al placer y hacer un uso equilibrado de los bienes de la creación (cf. CIC 1809).
El placer sexual es potentísimo. Es literalmente la fuerza que impulsa nuestra continuidad como seres vivos orgánicos, sintetiza la intimidad y habilita nuestra capacidad creadora. Por tanto, es también respuesta a todo tipo de expresiones y ausencias, obviedades y sutilezas, especializaciones y perversiones. Es reflejo vital tanto de integralidad, encuentro y realización como puede serlo también de enajenación, manipulación y extravío. Puede ser un componente más de nuestra plenitud o convertirse en el objetivo central de nuestra vida.
Te reto
Esta es una temporada para revisar inercias personales que pudieran limitar nuestro desarrollo. El estar habituados a ciertas formas de placer sexual quizá sea una de ellas. Nuevamente, el modo de sensibilizarse es simple. Al igual que la inercia alimenticia puede probarse mediante el ayuno, la inercia sexual puede probarse mediante su abstinencia temporal.
Si tienes una vida sexual activa y la sola idea de ponerla en pausa un viernes te revuelve el estómago, te invito a reflexionar que nadie está tratando de imponerte nada e igualmente a revisar si asocias algún maniqueísmo, puritanismo o jansenismo con tu sexualidad. Recuerda además que el ejercicio no consiste en quedar bien con nadie ni en presumir. Se trata de revisar si este aspecto de nuestra vida tiene el lugar apropiado en tu desarrollo o el placer ha usurpado el control, convirtiéndose en un fin en sí mismo.
En un mundo como el que vivimos, el reto completo consiste en abstenerse de recibir y emitir comunicaciones sexuales durante todo el viernes. Dejar por un lado los programas de televisión, conversaciones, novelas, videojuegos y otros estímulos que obvia o sutilmente transmitan mensajes sexuales. A la vez esta abstención implica poner un alto temporal a la sexualización del propio vestir, del arreglo personal y de las comunicaciones no verbales o en caso contrario, a la facha, el desarreglo y la desatención a otros, para así observar su impacto, y dar un paso al balance que nos permita crecer.
En todo caso, la abstención sexual temporal es un ejercicio de autoconocimiento, empatía, tenacidad y autocontrol, que son las semillas humanas de nuestra virtud y ultimadamente de nuestra felicidad. Deseo entonces que tu siembra cuaresmal, florezca en conversión y fructifique en plenitud pascual.
Referencia: Kreeft, P. (2014), Practical Theology, Spiritual Direction from St. Thomas Aquinas. San Francisco: Ignatius Press.