Dos hitos se ciernen esta semana sobre la Iglesia católica y su lucha contra los abusos sexuales: uno en la zona de “lo tenemos claro” y otro en la zona de “no lo tenemos tan claro”. Uno debería venir de la reunión de otoño de los obispos norteamericanos en Baltimore que empieza hoy, y el otro con la publicación de unas normas anti abuso –que se han hecho esperar– de la poderosa Conferencia Episcopal italiana, la CEI.
En EE UU, los obispos tendrán que votar para enmendar las normas adoptadas en la reunión de Dallas de 2002, y colocarse bajo los mismos protocolos que al resto del clero en lo que a “tolerancia cero” respecta: despido automático tras un cargo fiable de abuso. Aunque los obispos ya han anunciado su intención de hacerlo, tendrán que trabajar el cómo. Bajo la ley canónica, el único superior de un obispo es el Papa, no la conferencia episcopal, así que tendrán que decidir si quieren apelar a Roma para reformar esas normas, someterse voluntariamente a un grupo laico de revisión, u otro mecanismo.
Los obispos también deberían afrontar el espinoso asunto de cómo llegar al fondo de los escándalos que rodean al ex cardenal McCarrick, incluyendo quién facilitó su ascenso a pesar de estar bajo sospecha de un comportamiento sexual inapropiado desde, por lo menos, los 90.
Tolerancia cero
Y esto se ha complicado mucho más desde que el papa Francisco declinó una solicitud de los obispos de una visita canónica –una investigación vaticana– arguyendo que si lo hacía con ellos tendría que hacerlo con todo el mundo. Dudo si los obispos pueden encontrar respuesta a sus preguntas sin acceder al archivo vaticano, y sin visita canónica o un juicio canónico formal, es difícil imaginar que lo consigan. Quizá lo que los católicos americanos necesitan ver ahora mismo es a sus obispos intentándolo, y reconociendo la gravedad del caso. Después de eso, si el obstáculo reside en Roma, será Francisco y no la USCCB (Conferencia Episcopal de los EEUU) el que tenga que dar explicaciones.
Sea cual sea la crítica que los obispos americanos merecen por no terminar el trabajo hace dieciséis años tras Dallas, no hay duda de que, desde una perspectiva global, están en el terreno de “lo tenemos claro”. En el recientemente finalizado Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes, fueron los prelados de EE UU, Australia, Irlanda y Alemania quienes presionaron utilizando un duro lenguaje sobre la crisis de los abusos y un compromiso claro con la “tolerancia cero”, que se convirtió en un zumbido de ambigüedad de los países de Europa del Este, partes de África y Asia, incluso de algunas partes de Europa occidental.
Las “ambigüedades” en Europa
Por cada crítico en EE UU que les culpa de no haber hecho lo suficiente, hay un líder católico en otra parte del mundo que piensa que ya están demasiado obsesionados con el escándalo de los abusos. Y hablando de las ambigüedades en Europa… llegamos a Italia.
Durante el Sínodo, algunos prelados del comité relator del documento final –incluyendo al arzobispo Bruno Forte, considerado uno de los más importantes teólogos del país, y el cardenal Lorenzo Baldisseri, secretario del Sínodo–, influyeron en la decisión de diluir el lenguaje sobre los abusos, hasta el punto de que no hubo una disculpa directa a los supervivientes y ninguna referencia a la “tolerancia cero”. (La justificación dada era que sería inapropiado comprometerse a nada antes de la cumbre mundial de obispos sobre abusos que tendrá lugar en febrero del año próximo. Muchos obispos familiarizados con este tema consideraron esto inexplicable, como si se sugiriera que el compromiso de la Iglesia con la “tolerancia cero” estuviera todavía por abordarse, en contra de las declaraciones del Papa de que hay que hacer algo al respecto ya).
Los expertos sobre la crisis de los abusos dan por hecho que el próximo lugar donde va a explotar es Italia. Un ejemplo citado por los reformadores es el arzobispo Delpini de Milán, que ha sido acusado de encubrimiento cuando era el obispo auxiliar y vicario general de la archidiócesis. La acusación dice que Delpini fue informado por otro sacerdote que un joven le había comentado que un tercer clérigo, el padre M. Galli, había abusado de él sexualmente una noche en su residencia.
Delpini declaró en el caso en 2014 como parte del juicio contra Galli y lo que inmediatamente sorprendió para los que hayan vivido una crisis real, con su ruido mediático, presión legal, protestas públicas, etc., es lo desafortunadas que fueron sus respuestas. Delpini reconoció que, tras recibir la información, tomó la decisión de transferir a Galli a otra parroquia. Cuando le preguntaron si era consciente de que en su nuevo puesto Galli era responsable de la pastoral juvenil, Delpini simplemente dijo: “Sí, por supuesto que lo era”.
Si eso no es un fuego a punto de explotar, ya me dirán qué lo es… En ese contexto, las nuevas directrices serán un test importante para saber si los obispos italianos están preparados para ponerse serios. Sus opciones son especialmente importantes, porque muchos obispos en otras partes del mundo les observan, para saber lo que quiere el Papa realmente.