En la “Carta al Pueblo de Dios” del Papa Francisco, publicada el 20 de agosto, el Santo Padre se refiere, una vez más, al tema de los abusos sexuales; pero, si bien la cuestión hace tiempo que ocupa su atención, en este caso no se trata de una repetición de conceptos ya expresados. Son varias las cuestiones novedosas para descubrir en este texto, pero vamos a detenernos solo en dos puntos que llaman la atención.
En primer lugar, es la primera vez que el Papa le habla a todo el Pueblo de Dios para tratar este tema. Hasta ahora, sus mensajes se habían dirigido a situaciones concretas, pero en este caso se aborda el asunto de manera global, como algo que afecta a toda la Iglesia en el mundo entero. La gravedad de la situación impulsa al Papa a decir que “es necesario que cada uno de los bautizados se sienta involucrado en la transformación eclesial y social que tanto necesitamos”. No se trata entonces solamente de “tolerancia cero” o de medidas canónicas que afectan a las personas involucradas en estos lamentables episodios, sino de algo que requiere una “transformación eclesial y social”.
Usar la palabra “transformación” al hablar de la Iglesia no es una cuestión menor. Estamos acostumbrados a usarla para referirnos a lo social, la “transformación social” o el “cambio social” han sido temas recurrentes en el lenguaje eclesiástico, siempre dispuesto a decirle a la sociedad lo que debería hacer. Pero la expresión “transformación eclesial” es sorprendente en una institución en la que cualquier cambio ha sido, desde hace siglos, siempre lento, dificultoso y resistido. Especialmente sorprende viniendo de la máxima autoridad de esa misma institución. Parecería que lo que no se ha querido o podido hacer por fidelidad al Evangelio, ahora es imperioso concretar ante el trágico espectáculo que ofrece la situación actual.
¿Era necesario llegar a estos extremos? ¿Era necesario que la sal perdiera su sabor? Por desgracia parece que sí. Impresiona comprobar lo determinantes que han sido las fuerzas de quienes se han resistido a los cambios; de aquellos que, desde lugares de enorme responsabilidad, no han sido capaces de escuchar las incontables voces que desde hace mucho advierten sobre la necesidad de una profunda “transformación eclesial”. Ni siquiera la potente voz de un concilio ecuménico como el Vaticano II fue escuchada y puesta en práctica con la celeridad y valentía que ya eran urgentes en aquellos años.
Abusos, no solo sexuales
En segundo lugar, en esta Carta al Pueblo de Dios, podemos observar algo que también llama la atención por la insistencia y la forma con la que se expresa. En un texto relativamente breve, de menos de dos mil palabras, en cuatro ocasiones se utiliza la expresión “abuso sexual”, pero nunca se la utiliza en soledad, siempre va acompañada; en cada caso se dice “abuso sexual, de poder y de conciencia”. ¿Qué sentido tiene el agregado “de poder y de conciencia”? ¿Se trata de calificativos de “abuso sexual”, o se está hablando de tres tipos de abusos que habitualmente se presentan juntos, pero que es necesario distinguir?
En el mismo texto papal no está clara la respuesta a esta pregunta que nos formulamos ahora, pero parece indicarse la necesidad de una profunda reflexión sobre la cuestión. Sin dudas los abusos sexuales tienen una gravedad sobre la que no es necesario insistir, pero los abusos “de poder” y “de conciencia”, no tienen poca importancia. Se trata de abusos, quizás más sutiles, pero de consecuencias también nefastas.
Es posible que sea necesario un hondo análisis sobre estos tres tipos de abusos y la relación que se puede establecer entre ellos. ¿Los tres siempre se presentan juntos? ¿alguno de ellos es el primero y el que abre la puerta a los otros dos? Es posible que esa reflexión pueda echar luz sobre las raíces de comportamientos depravados que resultan difíciles de comprender para la mayoría de las personas. Seguramente la psicología es una ciencia que tiene mucho para aportar en esta materia; y es probable que, en la torpe resistencia clerical a la psicología como disciplina, se pueda encontrar también una pista para poner luz sobre esta tragedia que tanto conmueve.
La historia enseña que la Iglesia ha sabido superar crisis tan graves como ésta y gracias a esa historia también sabemos que lo ha hecho siempre a través de profundas y valientes transformaciones. Ha sido precisamente por esa extraordinaria capacidad para encontrar respuestas nuevas, según los tiempos y las culturas, que esta institución dos veces milenaria ha demostrado, desde los primeros instantes de su vida, una gran creatividad para hacer presente en el mundo la novedad del Evangelio. Por eso son más incomprensibles las resistencias a los cambios, porque ha sido justamente por su capacidad de renovarse que la Iglesia nunca ha dejado de ser esa luz que no deja de iluminar, esa sal que no pierde su sabor.