Dice Alain Touraine que estamos solos, que no hay nadie al frente de un mundo atribulado, que faltan actores de peso internacional. Bueno, lo dice el sabio francés y lo intuye mucha peña. Y ahora que dice lo de ‘actores’, a veces he pensado que los Trump, Putin, Johnson o el primer ministro holandés ese estaban habitados, en realidad, por unos alienígenas, como en Men in Black.
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Aunque el único extraterrestre parece ser el Papa, porque se salta la normalidad, entendida esta hoy como el mirar hacia otro lado, acaparar mascarillas, mercadear con la desgracia, escatimar la ayuda, el sálvese quien pueda. De Francisco ha sido la petición de poner fin a las guerras ante la pandemia, cambiar el eslogan imperante por un “primero la gente” o señalar a los corruptos, porque “si faltan camas y respiradores, también es culpa suya”. Solo le falta coser mascarillas, pero no lo descarto en él.
No lo dice Touraine, pero –con su permiso– yo creo que tampoco hay gran cosa entre los actores de reparto en esta serie pasada de temporadas. La política hace tiempo que está en cuarentena y hoy llamamos gestor a quien es capaz de tuitear. Por ejemplo, al alcalde de Cádiz, para decir que cobrará el IBI a la Iglesia y combatirá así el coronavirus.
De verdad estoy deseando que tanto él como el resto de alcaldes consumen de una vez ese prejuicio, y hagan lo propio con los inmuebles de las mil y una entidades civiles –y de otras confesiones– que se acogen a la misma exención legal. Entre ellos, los de los bancos, que se aferran a ella en vez de devolver los 60.000 millones de dinero público que costó su rescate. ¿Se imaginan cuántas UCI y respiradores? Cuando llegue la hora de volver a rescatar a las personas en la crisis social que asoma, ahí seguirá estando la Iglesia, como en 2008, algo que deseo que a Rosa Montero –tu quoque?– se lo haya contado ya alguien.
