No sé si a todo el mundo le pasa como a mí, pero estos primeros días de enero me están resultando terriblemente intensos. Acabamos de empezar el 2022 y ya se me está haciendo un poco largo. Supongo que la causa principal de esta sensación no es solo la acumulación de trabajo, sino también la dificultad que siempre implica retomar el ritmo habitual cuando este se ha frenado por las vacaciones. Como cualquier objeto físico, también experimentamos la inercia y supone mucho esfuerzo pasar de una situación de pausa a otra de movimiento. Por más que queramos, no somos coches, no podemos modificar nuestra velocidad muy rápido, pasando de cero a cien kilómetros por hora en apenas unos segundos.
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Frustración
Igual se trata solo de un problema mío, pero este hacérseme cuesta arriba reiniciar lo cotidiano me parece un ejemplo más de que no siempre querer es poder. Hemos escuchado muchos mensajes de autoayuda y de motivación que afirman con rotundidad que todo cuanto se desea resulta accesible en la medida en que nos esforcemos, pero cada vez estoy más convencida de que se trata de un gran engaño. Son muchas las realidades que se escapan de nuestro alcance, por más que pongamos alma, vida y corazón en conseguirlas. Además de no poder lograrlo, la idea de que podemos conquistarlo todo por puños genera una inmensa frustración y nos incapacita para abrazar la existencia tal y como esta es, sin maquillajes ni adornos, a “cara lavada”.
No deja de impresionarme la frase con la que el leproso del evangelio de Marcos se dirige a Jesús. Él le dice: “Si quieres, puedes limpiarme” (Mc 1,40). Este personaje diferencia con claridad el querer y el poder, probablemente porque él mismo ha experimentado en propia carne lo que supone querer ser sanado y no poder hacerlo por sí mismo. Jesús es el que quiere y puede nuestro bien, pero a nosotros nos corresponde hacer el proceso de reconocer tanto nuestros deseos como lo que la realidad da de sí y está a nuestro alcance. Solo cuando aceptamos con serenidad nuestros límites, podemos gestionar la frustración y abrirnos a Quien todo lo puede y desborda con su don nuestras incapacidades. Mientras hacemos este aprendizaje, vayamos asumiendo que, tras las vacaciones, todo nos cuesta el doble… ¡y no pasa nada!