Desde la ventana del Palacio Apostólico, desde donde todos los domingos comenta el evangelio y reza el ángelus o el regina coeli, Francisco habló de la amistad el pasado domingo 5 de mayo. De la amistad de Jesús con sus discípulos y discípulas, que era el tema del evangelio de ese domingo. De la experiencia de la amistad y el sentimiento que nos une con nuestros amigos y nuestras amigas, que fue su explicación para comprender dicha relación.
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Nos recordó Francisco esa larga conversación de Jesús con sus discípulos que narra el capítulo 15 del evangelio de Juan. Se detuvo explicando el tipo de relación que en esa conversación Jesús establece con ellos y con ellas, porque también ellas estaban reunidas con Jesús para celebrar la Pascua: más allá de una relación como la del amo y sus siervos, que es relación dominio / subordinación. Por eso les dice en esta oportunidad que no los considera ni los llama siervos: “Ustedes son mis amigos” (Jn 15,14). Y mis amigas, también habría dicho si en aquel tiempo se utilizara el lenguaje inclusivo e incluyente que no ignora a las mujeres.
Una relación permanente
Nos recordó Francisco, también, cómo es la relación que se establece en la amistad para explicar la que Jesús estableció con quienes aceptaron seguir su propuesta hace dos mil años y establece con quienes la aceptan hoy o en cualquier época. Se refirió a la que habían tenido Moisés, el rey David, el profeta Elías o la Virgen María con Dios, porque recibieron de él un encargo y a quienes Francisco llama “siervos de Dios”, agregando, a renglón seguido: “Pero todo esto, según Jesús, no basta para decir quiénes somos para él, esto no basta, se necesita algo más, algo más grande, que va más allá de los bienes y de los planes mismos: se necesita la amistad”, y subrayó esta palabra, tras lo cual reflexionó:
“Ya desde niños aprendemos lo hermosa que es esta experiencia: a los amigos les ofrecemos nuestros juguetes y los regalos más hermosos; luego, al crecer, como adolescentes, les confiamos nuestros primeros secretos; como jóvenes les ofrecemos lealtad; como adultos compartimos satisfacciones y preocupaciones; como ancianos compartimos los recuerdos, las consideraciones y los silencios de largos días”.
Entonces nos llevó Francisco a recordar a esas personas con quienes hemos caminado por la vida: “Pensemos por un momento en nuestros amigos, en nuestras amigas, ¡y demos gracias al Señor! Un espacio para pensar en ellos…”
En esa invitación de Francisco que sigue resonando en los oídos del corazón, se atropellan en mi memoria los recuerdos de mis acompañantes en el caminar por la vida –los amigos y las amigas que me han acompañado en ese caminar por la vida– y agradezco su amistad que me ayuda a entender la relación con Jesús.
Compañeros de aventura
Vuelvo a encontrar en la memoria del corazón a los primeros amigos y amigas de mi infancia –mis primos y mis primas– compañeros de aventuras en el jardín de la casa y con quienes compartíamos juegos y juguetes. Con ellos y con ellas se mezclan en mi memoria “las niñas de la clase”, mis compañeras de colegio en Bogotá y en Madrid, con las que jugué en los recreos e intercambié cuadernos y tareas, pero también secretos, algunos sueños y tal cual temor ante la vida.
Después irrumpe en mis recuerdos la llegada a la universidad, en Madrid, cuando éramos pocas las mujeres que pensábamos en seguir una carrera y, en esa soledad, la urgencia de una amiga o un amigo para compartir lo que estaba viviendo y probablemente también ellos y ellas vivían… Entonces, vuelvo a encontrar en esa memoria del corazón a mis compañeros y mis compañeras de universidad en la Facultad de Medicina con quienes viví la intensa cercanía de la amistad y a quienes nunca más volví a ver. Porque la vida, a veces, nos separa de las personas.
Enseguida aparecen en mis recuerdos las amigas que comencé a descubrir al regresar a Bogotá cuando llegó la hora de pensar en matrimonio y con las que compartí las ilusiones del noviazgo, la crianza de los hijos, las celebraciones de la vida, al mismo tiempo que proyectos y actividades de servicio social a los que entregábamos el tiempo que nos dejaban los compromisos familiares. Las amigas con las que muchas veces nos reuníamos para no hacer nada juntas. También los amigos de mi marido, solidarios siempre y en todas las horas, lo mismo a la hora de armar fiesta como en las de hacernos compañía.
Muy queridos
Desfilan en la memoria del corazón “los compañeros de clase de mi mamá”, como una de mis hijas llamaba a mis compañeros de universidad cuando se me ocurrió, casada y con cinco hijos, estudiar teología: ellos me abrieron espacio en su mundo de curas y ellos se abrieron espacio en mi familia y siguen siendo mis amigos muy queridos. Y con ellos, mis colegas, teólogos y teólogas, que me han apoyado para hacer teología en compañía; también compañeros y compañeras de trabajo con quienes establecimos lazos de amistad.
Finalmente llegan las amigas y también algún amigo de estos últimos años de la vida. Con ellas y ellos compartimos recuerdos, noticias de los hijos y los nietos, la incertidumbre y la vulnerabilidad que implica envejecer…
En la memoria del corazón, en la que ocupan el lugar de los afectos y de la gratitud, desgrano sus nombres y repaso las historias de las amigas y los amigos de toda una vida, de los que he dejado de ver y los que ya se fueron, de otras y otros más recientes que con su compañía hacen la vida más amable, agradeciendo a Dios por haberlos puesto en mi camino y a ellos y ellas por haber estado en mi vida, por haberme permitido compartir, como lo recordó el Papa, juguetes y secretos, satisfacciones y preocupaciones, recuerdos, consideraciones y silencios. Dios los bendiga y las bendiga por haberme aceptado y haberme acompañado con su amistad a caminar por la vida.