Hace unas semanas, David Luque escribía una entrada relacionada con la música celestial. Más tarde, Rosa Ruiz razonaba acerca de la figura del director de orquesta. Y yo mismo en el podcast de esta casa he incluido una sección a la que he llamado “acordes sinodales” en la que uso una pedagogía simplista para adentrarme en conceptos complejos. Relacionaba las tres cosas porque, esta mañana, mi hijo caminaba hacia el cole silbando una canción inventada por él.
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Yo le invitaba a bajar el volumen de sus silbidos, porque más que tararear una melodía cualquier adulto podría haberlo interpretado como que alguien estaba llamando a filas a las cabezas de un rebaño de rumiantes. Por supuesto ha hecho falta explicar por qué era más positivo no caminar por la calle dando silbidos estridentes. Siempre el por qué, la explicación, el matiz, el detalle… Parece que la explicación ha sido satisfactoria y durante el resto del trayecto, el silbido ha sido más comedido.
Atención al detalle
He llevado cuidado a la hora de transmitirle la idea de rebajar el nivel de estruendo para que no le diera la impresión de que yo decía que silbar está mal o que ridiculizaba su intento de componer algo propio. Eso es el detalle. Eso marca la diferencia. Aunque no se note en lo inmediato.
No sé cómo es tu barrio, pero en el mío no habría resultado ajeno si en lugar de apostar por la explicación pausada hubiera gritado: “¡Ya cállate!”. O alguna de sus variantes. Se oye mucho, quieras prestar atención a lo ajeno o te llegue como impacto auditivo colateral.
¿Dónde ves la relación?
Me pasa mucho que donde otras personas ven un cúmulo de islas yo veo una serie de elementos conectados que se relacionan de manera natural. Pero a veces es un esfuerzo enorme tratar de comprimirlo todo para reducirlo a una explicación coherente y comprensible.
En este caso, las cuatro situaciones expuestas (los blogs, el podcast y el silbido) me llevan a un mismo punto: La película ‘Shine’, de 1996. La película narra algunos aspectos de la vida de David Helfgott, un pianista excepcional pero que posee una visión del mundo que difiere de la de la media.
Verle tocar el piano es caer en la cuenta de que la música y él son una sola cosa.
Sin embargo, si no fuera por las personas que le rodean, que han cuidado su relación con él y muy probablemente han actuado como intermediarios entre él y el resto del planeta, David Helfgott sería hoy un descarte invisible de una sociedad que deja a un lado a quien no comprende de un solo vistazo.
Las personas como David aparecen en las películas, los dibujos animados, los artículos periodísticos y demás creaciones humanas, como la caricatura de la que reírse o la personificación de quien hay que compadecerse paternalistamente.
En esta era de la falsa diversidad, las personas como David Helfgott no son más que elementos funcionales en el mejor de los casos. En otros son pedazos de carne recluidos en parcelas muy limitadas y, en los más drásticos, habrá quien llegue a considerar que se trata de errores de natalidad no corregidos prematuramente.
¿Y en nuestra Iglesia qué? ¿Dónde encaja la neurodivergencia en esos ritos (tirando a rituales) en los que todo es cuadriculado, medido y desmesuradamente desencarnado?
Ahora que se nos está llenando la boca de sinodalidad, quizás debamos prestar una atención especial para cuidar el detalle de que si esto se trata de “caminar juntos”, no podemos dejar a un lado a quienes ven en el cuadro del Universo las pinceladas que al resto se nos escapan.
¿Cómo lo vamos a hacer? A ver si resulta que como la melodía de su silbido no encaja en nuestros esquemas les vamos a decir que no silben o que están de más.
Por si no conoces a David Helfgott, aquí un fragmento de un documental que hicieron sobre él hace un par de años. Y si no la has visto, te recomiendo la película de ‘Shine’. Geoffrey Rush está fantástico en el papel protagonista. Se aprecia un amor por el detalle. Como te decía, eso marca la diferencia.