Con la llegada de la era digital y las redes sociales, la intimidad se ha convertido en un producto que se comparte para obtener reconocimiento social. Si antes éramos lo que hacíamos, pasamos a valer por lo que teníamos y ahora somos lo que mostramos y, sin darnos cuenta, nos hemos vuelto adictos al “me gusta” como alimento existencial. El circo romano ha vuelto regalándonos la vida o condenándonos a la muerte del anonimato, víctimas de una masa despiadada.
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Muchas personas ahora se orientan tanto hacia la exterioridad que han olvidado el valor de la interioridad, el espíritu, la introspección y el encuentro con Dios/Amor. Han movido el eje de sus vidas desde el alma a la piel, perdiendo hondura, fortaleza y autenticidad. Además, la lectura y la reflexión, que solían ser herramientas clave para el desarrollo personal y la convivencia dialogante con los demás, han sido reemplazadas por el consumo pasivo de imágenes simplificadas, debilitando nuestra capacidad para procesar la complejidad de la vida y reduciendo la diversidad.
Empobrecimiento personal, social y cultural
El fenómeno es muy preocupante porque genera un empobrecimiento personal, social y cultural, deshumanizándonos y haciéndonos vulnerables a la manipulación por parte de intereses externos, como el marketing o los líderes populistas. El modo de relacionar se ha vuelto más reactivo, emocional, intolerante y dominado por una sobrevaloración del presente que busca inmediatez y placer.
No es normal ni sano vivir en el ruedo de este circo romano actual y, por lo mismo, no es de extrañar los dolorosos aumentos de enfermedades mentales, la soledad, el individualismo y el estrés que hoy enfrentamos. Nuestro ser está anoréxico de sentido, de vínculos nutritivos a los que podamos amar y sentirnos amados, sin necesidad de “subir” nada a internet, sino sentirlo en el corazón. Las redes jamás podrán suplir el sentirse visto y amado de verdad, con toda nuestra historia, complejidad, luces y sombras. Muchos anhelamos un hogar, algo sagrado, íntimo, con las encarnaciones de Dios y su bendición.
Adictos
El problema es que, en vez de ir rumbo a casa a buscar el abrazo incondicional de Dios, que nos ama y que está en lo secreto de nuestra habitación, muchos, en mayor o menor medida, estamos siendo afectados por esta nueva tendencia, ya que “subimos” fotos, videos a WhatsApp y a redes sociales, hambrientos de que alguien “ame”, es decir, nos vea y comente.
Frente al silencio, nos solemos desanimar, pensando que a nadie le importamos y, frente al “me gusta”, tenemos “descargas de dopamina” que nos dan un suspiro de placer nada más; jamás paz ni libertad. Es necesario entonces replantear con urgencia nuestra fe en el Señor que nos habita; de Él proviene nuestro valor y dignidad y no de los seguidores ni fans que hoy están y mañana no. Dios es eterno y fiel.
El inicio para la reconquista
Autoevaluarnos y autorregularnos en el buen uso de las redes sociales es el inicio para la reconquista de lo humano y lo divino de nuestra fe:
- A nivel personal: ¿cuán pendiente estoy de la imagen que doy en las redes sociales? ¿Cuán esclavizado me siento a publicar mi vida en internet? ¿Cuánto me afecta el que no me den “me gusta” o tener más seguidores? ¿Cuántos selfies me saco? ¿Cómo me afectan los comentarios que recibo? ¿Cuánto invierto en cultivar “mi estilo”? ¿Soy capaz de manifestar mi verdadera opinión en las redes? ¿Cuánto tiempo del día paso en las aplicaciones? ¿Qué fuentes uso normalmente para nutrir mi intelecto y espíritu?
- A nivel familiar: ¿cómo ha afectado a mis vínculos el tema de las redes sociales? ¿ Cómo veo que ha afectado a mis familiares el tema? ¿Cuánto tiempo resistimos sin señal? ¿Cuánto de nuestras conversaciones provienen de las redes sociales? ¿Qué otras fuentes tenemos de formación? ¿Leemos? ¿Cuánto verdaderamente estamos juntos sin la necesidad de compartir eso en las redes?
- A nivel social: ¿qué “famosos” posee nuestra sociedad? ¿Cuánto influyen en nuestra convivencia? ¿Cómo estamos formando a los más jóvenes y pequeños? ¿Cómo se comportan nuestros líderes al respecto? ¿Qué espectáculos de intimidad nos hacen mal?