“Estamos ante ti, Espíritu Santo”. Así comienza una antigua oración, atribuida a San Isidoro de Sevilla (s. VI) que, al parecer, ha iniciado “Concilios, Sínodos y otras reuniones de la Iglesia durante cientos de años”. Así nos lo cuenta el Vademecum o Manual publicado en www.synod.va para acompañar el Documento Preparatorio e iniciar de lleno el proceso sinodal.
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Es este un Sínodo histórico con vocación de novedad: es la primera vez que un Papa convoca a todo el Pueblo de Dios y no solo a los obispos para tratar un tema que afecta a la vida de la Iglesia. No es poca novedad. Y, además, un Sínodo que comienza el 9-10 de octubre en Roma y acabará con la Asamblea general de obispos en octubre de 2023. Es, por tanto, un Sínodo sinodal –valga la redundancia– y en camino, en un proceso de varios años. ¿Seremos capaces?
Dos opciones
Sin duda, suena tan necesario y esperanzador como complicado e ilusorio. Así que cada uno tendremos que elegir en qué lado nos situamos:
- Es complicado e ilusorio. Si la mayoría de “gente de a pie” (creyente) que conozco no ha oído hablar de sinodalidad, participar en una web le suena a chino y no forman parte (en la práctica) de ninguno de los “organismos eclesiales mencionados por ‘Episcopalis communio’” (Vademecum, 3), ¿no estaremos condenados a repetir las mismas cosas que decimos siempre los de siempre? Y de otro lado, si ya empiezo a escuchar entre los que sí “nos movemos” en esos organismos eclesiales, que esto de la sinodalidad “es otra moda más”, que ya están hartos de verlo “hasta en la sopa”, que “solo será otro trabajo añadido a lo que ya tenemos”…, ¿cómo podremos hacer de este proceso una dinámica realmente espiritual (Vademecum 2.2) y no meramente estratégica o de mera imagen?
- Es necesario y esperanzador. Me permito citar unas palabras de Cristina Inogés, entrevistada por Mª Angeles Fernández en TV: “Como siga primando el yo sobre el nosotros, la Iglesia de los ordenados sobre la de los bautizados (…) habrá que ir pensando en quién apaga la luz. Es duro decirlo, pero es la realidad”. Necesitamos un cambio. Y no es porque falte fe en que es Dios quien tiene la primera y la última palabra sobre todo, sino porque con lucidez evangélica empezamos a hacernos cargo de la tarea que nos corresponde junto al don recibido. Como decían los clásicos, la gracia no suple a la naturaleza ni Dios impone en la historia lo que es misión humana. Y es esperanzador porque la Iglesia ha dicho ya en voz alta algo que muchos decimos tomando un café, comentando una noticia o a la salida de misa: “Se trata de aprender a ser Iglesia de otra manera, no a ser otra Iglesia” y el modo en que estamos viviendo nuestra fe hoy, ya no sirve, no nos ayuda.
Por supuesto que puede pasarnos con la sinodalidad lo que nos pasa con el discernimiento, por ejemplo: ahora cualquier decisión se presenta como “discernimiento”, ese parapeto que nos protege de tener que dialogar, poner en duda lo decidido o reconocer que las motivaciones son ambiguas. También creo que corremos el riesgo de etiquetar como “sinodal” cualquier cosa que venimos haciendo en cada grupo, comunidad, parroquia, congregación… Una gran coartada para no hacer nada porque “eso ya está en nuestro carisma… organización… compromiso…”. La versión sinodal de ‘gatopardismo’: de “cambiar todo para que nada cambie”, a “llenemos todo de la palabra sinodal para que lo sinodal no entre en nada”.
Aun así, yo elijo situarme en el lado de la necesidad y la esperanza. No sé si seré capaz de la “valentía y honestidad (parresía)” que se nos pide para participar como bautizados en el Sínodo; no sé si sabré escuchar con suficiente humildad, para llegar a un “diálogo que nos lleve a la novedad”; no sé si seré capaz de dejar de decir las mismas cosas que decimos siempre y que ya no cambian nada (ser más fieles, abiertos, en comunión, en salida, bla bla…); no sé si seré capaz de no desanimarme al ver que las consultas se quedan en mera fachada, decidiendo al final siempre los mismos y del mismo modo; no sé si seré capaz de caminar con otros, especialmente con aquellos que me han dañado, que no me quieren bien, que me excluyen, que no coinciden con mi visión… No lo sé. Pero, de corazón, confiada en que esta fragilidad mía es compartida por muchos otros (cada cual en su situación), elijo situarme como parte activa y convocada en este Sínodo. Y en este mes de octubre, mes misionero, con Teresita, Francisco Javier, Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Ignacio de Antioquía, Antonio Mª Claret y todos los santos de la puerta de al lado (GE 7) (especialmente los que no han oído hablar de sinodalidad ni saben entrar en la web), decimos: “ADSUMUS SANCTE SPIRITUS / Estamos ante ti, Espíritu Santo, ven, ayúdanos, juntos te necesitamos”.