Ciertamente, Dios ha hecho maravillas en cada ser humano, pero, entre los vínculos complejos que solemos crear, su obra se desvía, desvirtúa o malogra con distinta intensidad, asumiendo modos de relación con nosotros mismos o los demás que nos hacen mal. Cada cual con sus heridas trata de resolverlas de la mejor manera para continuar, aunque, de paso, todos enfatizamos algún aspecto del ego que puede habernos sido útil como escudo, pero que, a la larga, nos comenzó a asfixiar.
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En este tiempo de Adviento y esperanza que se aproxima, quizás podemos transformar ese pequeño o gran defecto conductual, no esencial, que nos aleja del pesebre de Dios en nuestro interior y que nos entrampa en los vínculos con los demás y la creación. Nunca es tarde para cambiar y acercarnos al nacimiento real de Dios en nuestro corazón.
Algunos ejemplos nos pueden ayudar
Hay personas que, por sobrevivencia, aprendieron a relacionarse consigo mismo y los demás, dejando fuera cualquier conexión con la vulnerabilidad. Fuertes, aguerridos y temerarios, se hicieron camino en medio de la adversidad, pero quizás hoy son poco empáticos y pasan de largo rudamente frente al dolor de otros o su sensibilidad. Hay otros que, tal vez, se mimetizaron con el ambiente para no ser notados ni dañados por los demás, pero hoy ni siquiera son conscientes de quiénes son o cuáles son sus necesidades reales sin confundirlas con las de otros. Otros asumieron la perfección y la exigencia como un modo de controlar la vida y su inseguridad, pero hoy se sienten apresados en estructuras que no les permiten crear ni disfrutar en la espontaneidad. Así, cada uno de nosotros tiene su talón de Aquiles, por donde se le fuga la energía, generando cortocircuitos que podemos reparar durante este tiempo, para que nazca verdaderamente Dios/amor en Navidad.
No hay peor ciego que el que no quiere ver, dice el sabio refrán, aludiendo a la necesidad de ver y aceptar que nuestro ego nos está jugando una mala pasada. Autoflagelo, control excesivo, perfeccionismo o cualquier otro modo tóxico de relación requiere ser claramente diagnosticado para poderlo revertir y transformar. Para eso, una reflexión honesta con nosotros mismos puede ayudar, pero sobre todo la visión crítica de alguien que nos conozca en profundidad y que tenga el coraje para mostrarnos nuestra debilidad.
Verbalizar nuestra conducta tóxica
El lenguaje crea realidad y este caso no es la excepción. Escribir y/o estructurar un relato de cuál es el modo en que nos vinculamos dañinamente, cómo opera, por qué y con quién se expresa con más facilidad, es un buen comienzo para separar el “tumor” que queremos extirpar y no confundirlo con “tejido sano” que puede estar cerca. Conocer a cabalidad nuestro talón de Aquiles nos va a ayudar a elegir las mejores herramientas para poder remitirlo a su mínima expresión y volver a nuestro ser más verdadero.
Es un trabajo emocional y espiritual. Una vez listos los pasos anteriores, podemos iniciar un arduo trabajo a nivel psicológico y espiritual, ya sea solos o acompañados de alguien más, dependiendo de su complejidad, para comprender sus orígenes, sus modos de funcionar, sus coletazos y, sobre todo, cómo los podemos prevenir antes de que hagan estragos en nuestro bienestar general. Esto puede demorar tiempo, ya que es un peregrinar que nos pone a prueba en cada oportunidad, pero lo importante es ir avanzando, sabiendo que cada vez “el defecto” dura menos y es de menor profundidad en el daño que nos causa en la cotidianeidad.
Trabajo corporal
Todos los esfuerzos realizados hasta aquí tienen que ver con mucha disciplina y voluntad; sin embargo, hay un ámbito que nos supera y es la reacción de nuestro cuerpo a la adversidad. El indolente, el auto flagelante y/o el hiper perfeccionista tienen verdaderas carreteras neuronales que les hacen comportarse de una manera, aunque no la quieran. Como decía San Pablo, porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, aludiendo a una especie de mal que no podemos evitar. Es por eso por lo que es tan importante trabajar, además del espíritu y la psique, con nuestra respiración, con la atención, con la flexibilidad y con cuidados que nos permitan crear nuevos caminos neurológicos que permitan cambiar nuestras emociones y pensamientos y viceversa. Será un entrenamiento de ir y venir virtuoso, hasta aprender una nueva conducta y fijarla a nivel físico y psico-espiritual.
Avancemos hacia una Navidad real: sin prisa, pero sin pausa, siguiendo la estrella de la esperanza de Dios, guiando nuestro trabajo de transformación, podremos llegar al 24 de diciembre más libres del ego, más amables en nuestro modo de relacionarnos con nosotros mismos y los demás, más livianos de la carga de la vergüenza y el dolor que provocaba este malestar, más felices y en paz. Para que este proceso sea viable, eso sí, se requieren dos ingredientes fundamentales: mucho amor propio y de los cercanos, y también buen humor, sabiendo que nadie está libre “de pecado” en esta dimensión relacional. Mal que mal, los que llegaron primero al pesebre eran hombres y mujeres muy sencillos y pobres de corazón.