En una enciclopedia tan común hoy como es la ‘Wikipedia’, leemos una definición de ideología del historiador español José Luis Rodríguez Jiménez como “un universo de valores o conjunto de ideas que reflejan una concepción del mundo, codificados en un cuerpo doctrinal, con el objetivo de establecer canales de influencia y de justificación de sus intereses”. Esto es ya conocido, pero el artículo más adelante recuerda que la expresión “siglo de las ideologías” es una de las que definen el siglo XX y fue acuñada por el filósofo Jean Pierre Faye en 1998. El término ideología, reservado en el siglo XIX al debate intelectual, se convirtió por el contrario en el siglo XX en el vehículo de grandes movimientos sociales, sobre el soporte de grandes masas que eran adoctrinadas por los nuevos medios de comunicación, la propaganda, la violencia y la represión.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Los ejemplos son numerosos en dicho siglo, con ideologías de todo tipo, la mayoría de tristísima memoria. Hoy queremos recordar uno de esos muchos ejemplos, pues claramente los ingredientes típicos de las ideologías de tiempos actuales se mezclan en la muerte cruel de la beata Agustina, llamada popularmente Aguchita, que nos traslada a la historia del Perú de finales del siglo pasado. Concretamente, el 17 de mayo de 1980, en vísperas de unas elecciones presidenciales que debían poner fin a la dictadura militar, cinco personas con el rostro cubierto prendieron fuego a las urnas en Chuschi, un pueblo de la región de Ayachucho, en los Andes peruanos. Su acción marcó el inicio de la guerrilla más extraña y brutal de América Latina: la de Sendero Luminoso, una formación fundamentalista maoísta afín a los Jemeres Rojos de Pol Pot en Camboya.
Se trata de una organización guerrillera peruana de inspiración maoísta (con conexiones ideológicas que se remontan a las guerrillas del Ejército Rojo Chino creado por Mao Tse Tung en 1934), fundada entre 1969 y 1970 por Abimael Guzmán tras una escisión del Partido Comunista del Perú. Aunque muy debilitada en la actualidad, su objetivo es derrocar el sistema político peruano e instaurar el socialismo mediante la lucha armada. Fue formado por un grupo de profesores y estudiantes de la Universidad de Huamanga, en Ayacucho, una de las regiones andinas más deprimidas y olvidadas, el abandono de algunas zonas rurales por parte del estado favoreció la creación del partido.
La caída de Sendero Luminoso
El centro de la rebelión fue la región rural de Ayachucho, formada por caminos de tierra, montañas y pueblos remotos habitados por habitantes que practicaban una agricultura de subsistencia. Sendero acabaría siendo detestado por la mayoría de los peruanos, aunque sus acciones de linchamiento de funcionarios y comerciantes prepotentes en las regiones olvidadas de un país injusto le granjearon inicialmente cierto apoyo popular. Pero los lugareños pronto se cansaron de Sendero, y la atmósfera de amenaza y luto de una guerra sin rostro, a menudo librada de noche, era palpable. A partir de 1982, las comunidades locales empezaron a distanciarse del autoritarismo de Sendero. En diciembre de 1982, sus ataques provocaron una fuerte reacción de represión por parte del ejército y la policía; comenzó uno de los periodos más sangrientos de la historia de Perú.
Sólo cuando el ejército reconoció a los pobladores como aliados y los organizó en milicias, Sendero fue derrotado en su bastión. Para cuando esto ocurrió, ya había llevado el terror y las bombas a Lima, contribuyendo al colapso económico del país, y prosperando con ello. La Comisión de la Verdad y Reconciliación calculó en 2003 que en el país 69.000 personas habían muerto o habían “desaparecido”, y unas quinientas mil tuvieron que abandonar sus hogares. Dicha comisión responsabilizó a Sendero de casi la mitad de las muertes, a las fuerzas gubernamentales de un tercio y a las milicias de las aldeas de gran parte del resto.
En octubre de 1993, Abimael Guzmán propuso al gobierno de Fujimori un acuerdo de paz que pusiera fin al levantamiento armado. La propuesta provocó una división interna en Sendero Luminoso, entre partidarios del diálogo y partidarios a ultranza de la lucha armada. Esta última facción estaba liderada por Óscar Ramírez Durand, más conocido como Camarada Feliciano, que dirigió el grupo tras la captura de Guzmán, negándose a cualquier forma de diálogo con las autoridades peruanas hasta su detención en 1998. En cambio, Guzmán fue localizado en 1992 gracias a un trabajo detectivesco y se entregó mansamente, falleciendo en la cárcel en 2021.
Entre las muchas víctimas de este grupo armado recordamos a Antonia Rivas López, nacida en Coracora el 13 de junio de 1920. En su familia, junto a sus diez hermanos, interiorizó los valores de justicia y solidaridad y aprendió el valor de las virtudes cristianas, especialmente el amor a los pobres. En 1942, decidió ingresar en la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor y desde entonces vivió con fidelidad su compromiso con la persona y la misión de Jesús Buen Pastor. El 8 de febrero de 1944, fiesta del Inmaculado Corazón de María, emitió su primera profesión religiosa, cambiando su nombre por el de Agustina.
El 8 de febrero de 1949, hizo su profesión perpetua, a la edad de 29 años. Tres años más tarde, el 17 de diciembre de 1952, fallece su madre y ese mismo año, su hermano César decide ingresar en la Congregación de los Redentoristas. De 1963 a 1967, Aguchita trabajó en la casa de Barrios Altos, en Lima, como encargada de la lavandería, donde también se dedicó a la evangelización de las jóvenes que atendía su Congregación.
A partir de 1976 pasó a formar la recién creada comunidad Reina de la Paz, también en Lima, y en 1986 fue nombrada compañera de la maestra de novicias en la comunidad de Barrios Altos, donde permaneció hasta 1988, cuando fue enviada a La Florida (provincia de Chanchamayo, en la región de Junín, Perú), donde las hermanas organizaron la pastoral educativa y juvenil, así como el Círculo de Madres, a través de un centro de Formación Profesional.
En enero de 1990, regresando a su comunidad La Florida de un retiro espiritual en Roma, pudo comprobar que la presencia de Sendero Luminoso en la zona se hacía cada vez más pesada. Pequeños grupos del Movimiento Senderista, llamados ‘los cumpas’ por los lugareños, frecuentaban a menudo La Florida, reuniendo a la población en la plaza y llevando a cabo su propaganda y adoctrinamiento; inicialmente, estas reuniones no eran obligatorias ni violentas, como ocurrió más tarde. A principios de 1990, el centro había alcanzado un buen nivel de desarrollo, gracias principalmente a la cosecha de café de la Cooperativa, que atrajo la atención de los subversivos de Sendero Luminoso y dio lugar al episodio del 27 de septiembre de ese año.
Precisamente ese 27 de septiembre, un grupo de miembros de Sendero Luminoso, en su mayoría jóvenes, irrumpió en La Florida y convocó a toda la población a una asamblea. Al llegar a la plaza central, reunieron a algunos lugareños. Los cargos que les imputaban los revolucionarios eran concretamente el de distraer a los niños con la educación y culparles a ellos de la violencia, así como el de difundir un mensaje de paz y justicia. La ejecución, que se produjo en cuestión de segundos, dejó tendidos en el suelo los cadáveres de seis personas, incluido el de sor Agustina.
Ese día, la superiora de la comunidad, la hermana María Luisa, no se encontraba allí, pues tenía que atender unos quehaceres en La Merced relacionados con una mejora en los sistemas agrícolas y ganaderos. Otra hermana, Vilma, estaba en la casa por la tarde, mientras sor Agustina entretenía a un grupo de niñas en una habitación anexa a la casa, enseñándoles a hacer dulces. Entre las tres y las cuatro de la tarde, la hermana Vilma recibió la visita de un vecino de la localidad y, mientras ambos tomaban café, se sintieron alarmados por un bullicio ruidoso procedente de la plaza principal, a la que daba la casa de las hermanas.
Los senderistas estaban reuniendo a todos los habitantes, instando a una reunión, como acostumbraban. Sor Agustina, que en aquel momento había salido a coger un limón, fue abordada por una muchacha senderista que la ordenó que fuera a la plaza y de nada sirvieron sus ruegos de poder con las jóvenes con las que se estaba para terminar el trabajo de la cocina. Sor Vilma logró esconderse debajo de una de las camas del convento y así no fue encontrada por los revolucionarios, pudiendo ver todo lo que había sucedido desde una ventana de la casa: “Las personas del pueblo me dijeron que entraron en la casa y como yo estuve debajo de la cama por eso no me encontraron”.
Cuando sor Agustina llegó a la plaza, ya encontró una fila de cinco personas que habían sido dispuestas de esta manera frente a un local llamado La Mercantil, destinado a la venta de artículos de primera necesidad. Éstos habían sido llamados según una lista precisa. El miembro de más edad del grupo mencionó también el nombre de Sor María Luisa, como superiora de la comunidad de las religiosas; pero cuando sor Agustina respondió que ella no estaba allí, el hombre replicó: “Tú pagarás por ella”.
La última en ser ejecutada
En las declaraciones de los testigos del proceso de canonización leemos que los seis fueron conducidos al lado opuesto de la plaza, a una esquina de la misma, y colocados con la cara vuelta hacia el muro de La Mercantil. Aguchita, a pesar de su miedo, rogó a los rebeldes que al menos perdonaran a los otros cinco, ya que no habían cometido nada grave. Pero, intimidándola para que guardara silencio, le gritaron: “Que a ti ahora te salve tu Dios, a tu Dios también le vamos a cortar el cuello”. A partir de ese momento ella permaneció en silencio. Comenzó entonces la ejecución, siendo la última Aguchita que había seguido la ejecución de los demás en silencio orante. Fue alcanzada por seis balas, cinco en el lado izquierdo del cuerpo y una en la cabeza. Leemos en el proceso que quien la mató fue la misma chica que la convocó a la reunión.
Los habitantes que se encontraban allí huyeron despavoridos y buscaron refugio entre la vegetación de los alrededores. A las 8 de la tarde la plaza estaba desierta, los cadáveres quedaron allí en la misma posición en que habían muerto en el suelo. Sor Vilma, que lo había visto todo desde una ventana del convento, se armó de valor, pensando que Aguchita seguía viva y con la intención de llevarla a comulgar.
“Vi venir a unos jóvenes con armas y litros de combustible y pensé que venían a quemar la casa, pero se marcharon y fueron al puesto médico y empezaron a rociarlo, pero antes de iniciar el fuego empezaron a llevarse cosas y luego lanzaron granadas y después desaparecieron. El puesto médico estaba en llamas y se temía que se extendiera a nuestra casa, así que fui a casa de la sra. Aurora, cogí el Santísimo y todo estaba oscuro y no había electricidad. Luego le pedí que me acompañara a ver a sor Agustina porque pensé que estaba viva y me llevé la eucaristía. Llegué al lugar de los hechos, me acerqué, la toqué y todavía estaba tibia, vi que le habían disparado en la cara y confirmé que estaba muerta, quise llorar, pero no pude, no me di cuenta que le habían dado en otras partes del cuerpo”.
Al día siguiente, al amanecer, los familiares de las víctimas y algunas otras personas que se habían quedado cerca y habían pasado la noche escondidas entre la vegetación, volvieron a la plaza para darles un entierro digno. Se construyeron unas casas de madera a la sombra y los cuerpos, recompuestos, fueron enterrados provisionalmente bajo un árbol no lejos de allí, esto tuvo lugar hacia las 3 de la tarde. El 4 de octubre, el cuerpo de sor Agustina fue trasladado a Lima, y al día siguiente el Obispo celebró el funeral, luego fue enterrada en el cementerio monumental de Barrios Altos, en la capilla comunitaria de la Congregación del Buen Pastor, hasta 2018, cuando fue devuelta a La Florida.
Ataques contra la Iglesia
El asesinato de Aguchita formó parte de una serie de atentados contra la Iglesia por parte de Sendero Luminoso que comenzaron unos años antes y se agravaron tras el mensaje de paz de la Conferencia Episcopal Peruana en 1988. En efecto, el año 1989, en respuesta a este mensaje de los obispos, fue particularmente violento contra la Iglesia y así en marzo los senderistas colocaron dinamita en la catedral de Trujillo; dos meses después fue destruido un instituto de educación rural dirigido por los religiosos de los Sagrados Corazones; luego en junio fue asesinado un párroco en la región de Juni y al mes siguiente los senderistas volaron la torre de la catedral de Huari, mientras que en noviembre atacaron una casa parroquial. En enero de 1990, otro párroco fue capturado y torturado, su casa incendiada, y así llegamos a septiembre del mismo año cuando Aguchita fue asesinada. Y la violencia contra la iglesia continuó en los años siguientes.
Las motivaciones del odio contra la Iglesia por parte de Sendero Luminoso aparecen formuladas en el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación del 2003, que fue el punto final de una serie de estudios realizados a finales de los años 90 y principios de los 2000 y que se nutrieron de diversas fuentes. En el capítulo titulado “La Iglesia Católica y las Iglesias Evangélicas” se expresaba con las siguientes palabras:
“La Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) ha encontrado que, durante el período de la violencia en el Perú, la Iglesia Católica desempeñó un importante papel de acompañamiento y protección de los peruanos golpeados por la violencia de las organizaciones subversivas y de las fuerzas de seguridad del Estado. Fue en numerosas regiones del país una voz de denuncia de los crímenes y las violaciones de los derechos humanos y proclamó y defendió el valor de la vida y la dignidad de la persona”.
La aversión de Sendero a la Iglesia podría decirse que se fundaba sobre todo en un elemento ideológico, basado en la consideración de la religión como el opio del pueblo, por lo tanto considerando la Iglesia una “institución enemiga”, explotadora del pueblo, pero también un fuerte obstáculo para la expansión de sus ideas comunistas, ya que las comunidades cristianas se encontraban en casi todas partes.
A continuación, ‘El Informe’ identifica las acciones violentas de Sendero contra la Iglesia, clasificándolas en orden ascendente.
- Primero con pedidos de cupos en dinero, alimentos, medicinas, medios de transporte, etc.
- En segundo lugar, llevando a cabo una estricta vigilancia contra sus movimientos;
- después, con ataques verbales, incluso con “rumores frecuentemente maliciosos que hacen circular en la población, por ejemplo sobre el manejo de dinero o víveres”;
- siguen “limitaciones de actividades eclesiales”, por ejemplo, impidiendo que los ministros visiten determinadas zonas, que hablen sobre la paz, que pongan en práctica la pastoral juvenil;
- quinto, intentando infiltrarse en las actividades eclesiales, tratando de “reclutar a laicos comprometidos en sus parroquias, especialmente jóvenes, presionándoles y amenazándoles para que no tengan el valor de reunirse”;
- sexto, llevando a cabo amenazas de muerte.
En este caso, los revolucionarios buscaban a la superiora de la casa religiosa como representante es de todas las monjas que trabajaban en ese pueblo con jóvenes, que eran precisamente los que los senderistas querían quitar de las manos de la Iglesia para educarlos según las enseñanzas del maoísmo. Sor Agustina fue asesinada simplemente porque su superiora no se encontraba en ese momento en la comunidad, por lo que hay que descartar cualquier motivación personal contra ella. Era ese trabajo con los jóvenes del pueblo lo que hacía que las monjas fueran tan queridas y, por lo tanto, se convirtieran en un fuerte obstáculo para la propaganda extremista de Sendero Luminoso.