Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

Ahora que todos hablan de Afganistán


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Las escenas del avión de las fuerzas militares de Estados Unidos despegando de Afganistán, con miles de personas sosteniéndose para ir con ellos, difícilmente podrá ser olvidada a corto plazo.



El fenómeno de la globalización ayudó a que muchos se hicieran sensibles y más cuando el resultado de las decisiones de los poderosos pueden poner en jaque la seguridad de millones de personas, que temprano o tarde podrían ser víctimas de algún atentado terrorista.

El terrorismo es una realidad relativamente reciente, consecuencia de la herencia cainítica en la que la humanidad se propone acabar o eliminar de manera sistemática al mayor número de personas, con razones evidentemente ideológicas. Por algo el primer fenómeno en recibir el adjetivo mundial, en la historia, fue la guerra.

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Pasos que se pueden dar

Por eso, sin ser expertos en la terrible situación afgana se hace necesario poder tomar conciencia de parámetros mínimos de convivencia humana.

En este sentido, es necesario destacar el empeño casi que desapercibido por el concierto de países del Papa Francisco, en acercarse al mundo islam y sobre todo a poder emprender un camino común de reconocimiento.

La firma del documento sobre la fraternidad universal, en Abu Dabi del año 2019, con el mundo chiita, es clave para comprender los pasos diplomáticos y religiosos del Papa jesuita; y la visita a Irak en el escenario post pandemia para acercarse al mundo sunita, golpeado por la intolerancia radical del sector fanático musulmán.

Aprender de los errores y reconocer al diferente

De allí precisar algunas cosas que podrían aprenderse, entendiendo la realidad social desde la globalización, la interdependencia pero sobre todo desde la diversidad. No es posible hacer una lectura de Afganistán desde la lógica occidental, sino desde principios comunes como la dignidad  humana y el bien.

La libertad religiosa debe ser garantía de convivencia humana en armonía, la religión no puede ser Estado, y el Estado (aunque tenga raíces religiosas, como es el caso) debe estar abierto al reconocimiento legítimo de las diferencias.

La guerra no es el camino y nunca será el camino, pues no se puede imponer el fuerte sin una verdadera libertad de la soberanía, es decir, cualquier intervención deberá hacerse desde el reconocimiento subsidiario de poder hacer que las víctimas explotadas por los gobiernos locales, busquen la mejor forma de seguir adelante.

La existencia humana no es un negocio, no es un espectáculo, no es posible quedar inerte ante millones de víctimas, no es posible que sean intereses económicos los que condicionen los destinos de los pueblos. No puede justificarse la violación de Derechos Humanos fundamentales de gobiernos, ya sean ricos o pobres, de derecha o de izquierda, creyentes o aconfesionales.

La violencia y el terrorismo, y más si es en nombre de Dios, debe ser rechazado, pues nada puede justificar la pérdida de vidas humanas inocentes.

Oriente y occidente, necesidad mutua

Afganistán y otros tantos conflictos internacionales no son solo el fracaso de Estados Unidos, son el fracaso de la humanidad misma, el fracaso de las lecturas e interpretaciones ideológicas, el fracaso de la miopía autoritaria de los que creen que todo puede comprarse con dinero, sometiendo a pueblos y sociedades.

El documento mencionado puede ser el inicio de una comprensión de la convivencia entre Occidente y Oriente, desde la ética interdependiente, entendiendo que la relación entre los dos polos “es una necesidad mutua indiscutible, que no puede ser sustituida ni descuidada, de modo que ambos puedan enriquecerse mutuamente a través del intercambio y el diálogo de las culturas”.

Ojalá, Afganistán sirva para despertar realmente la conciencia civil de la humanidad, y no sea otra tragedia que se suma a la historia, en un espiral de irracionalidad que solo compromete el futuro de las próximas generaciones.