Al otro lado


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Muchas noches, desde mi ventana, veo luces salpicadas en la oscuridad sobre el mar. Son pequeñas barcas familiares, con dos o tres pescadores faenando. Al amanecer, vuelven a casa con la pesca. Mientras observo absorto los puntos de luz, no puedo dejar de pensar en los apóstoles tirando el copo en el lago.



Siempre me ha llamado la atención cuando, después del fracaso de la cruz y a pesar de algunas experiencias con el Resucitado, los discípulos se volvieron a sus tareas al lago de Tiberíades. El evangelio de Juan lo narra en su último capítulo de una manera sencilla y clara, como una segunda conclusión, pero bien interesante.

Parece ser que estaban siete de ellos juntos –bueno, dice sus nombres–, me da la sensación de que un poco aburridos, cuando Pedro les dijo: “Me voy a pescar”. Y ellos: “Pues vamos contigo”. Y no lograron pescar nada. Es curioso que los técnicos en pesca se dejen influir por un desconocido que estaba en la orilla del lago y les dice que echen la red al lado derecho de la barca y encontrarán pescado.

Barco Pesquero

He contemplado muchas veces este texto, cuando cansado ya no sé qué hacer, y veo a las comunidades repetir los mismos esquemas, aunque sea con medios más modernos. El mundo cambia tan deprisa, la noche se hace tan larga, y nosotros siempre pescando en el mismo lado, obcecados con nuestras costumbres, manteniéndonos en nuestras artes de pesca, como nos enseñaron hace más de cuarenta años.

La pesca milagrosa

Ellos solo tuvieron que escuchar su voz y obedecer, y la confianza provocó la pesca milagrosa, en esta tercera aparición del Resucitado a sus discípulos. Puede ser que ya ni sepamos, o hayamos olvidado –a fuerza de costumbrismos– que hay más de un lado en la barca. O quizás es que ya no escuchamos al Señor, obsesionados solo por la eficacia de nuestros trabajos. O nos hemos habituado a nuestra desnudez, y nos falta revestirnos de nuevo recordando las promesas del bautismo. O necesitamos ese rato de intimidad comunitaria con el Señor en el rescoldo de las brasas, compartiendo algo de lo nuestro. Cuántos guiños, para seguir en la tarea, sin decepcionarnos, puestos los ojos en Él, escuchando su voz, compartiendo la comida, compañeros de un mismo pan.

Finalmente, el diálogo con Pedro, el mismo que mantiene contigo y conmigo. Simplemente, solo una pregunta: “¿Me amas?”. Si el corazón ama, no hay contratiempos, por muy oscura que sea la noche, por muy fuerte que sea la tormenta, por mucho que sientas el abandono. “Señor, tu sabes que te quiero”. Ánimo y adelante.