A veces cuando clamo: ¡Dios mío, dame una señal!, tengo esta expectativa hollywoodense, y espero a que al salir de mi casa se abra el mar rojo indicándome la ruta hacia mi siguiente anhelo. Deseo que surja un haz de luz que, acompañado de un bramido de trompetas, señale el lugar de mi próximo gustito. Y cuando me meto en problemas, me lo imagino volando a mi rescate montado en una creatura formidable -como Daenerys en su dragón o Harry en su hipogrifo-. Pero no, Dios no hace nada de eso cuando se lo pido. Es tan sutil que si no pongo atención parece callar, su voz es tan suave que en mi estridencia a veces me convenzo de que no me escucha.
Henry Nouwen (2013) menciona que discernir es vida fiel y escucha al amor de Dios y a su dirección, para cumplir nuestro llamado individual y misión compartida. Aprender a discernir es aprender a escuchar Su voz, en un viaje espiritual que es a la vez introspectivo y expansivo. En este diálogo, Su respeto a mi libertad es perfecto. Su ternura y cautela son infinitas. Su crear es no-violento. Por eso no es de extrañarse que mis discursos y tempestades opaquen mi llama interior. No debería sorprenderme que si en mi caminar me alejo cada vez más de Él, me cueste trabajo escucharlo. Aún así, puedo siempre regresar. Y Él está allí. Cada vez.
Para humanos de a pie
En el libro de los Jueces leo Su acción y compañía. Me cae el veinte cuando compruebo que no importan mis defectos, ni nuestro renegar colectivo contra Él, pues su Espíritu no es solo para los santos, y llega a humanos de a pie, como tú y yo. Como Gedeón, Jefté o Sansón (Si a algunos no los ubicas, punto extra a mi favor: así de normalitos son). Dios sonríe cuando le regateo una prueba tras otra que corrobore su existencia y aún así habita en mí (Jue 6, 34). Me mira con cariño cuando le prometo las cosas más absurdas, con tal de que me conceda ese pequeño gran favor (Jue 11,29). Me tiene paciencia, así me sienta míster invencible, para después incumplir mis propios votos y promesas (Jue 13,25). Allí está al rescate, cada vez.
Checa esta belleza
En su actuar no hay subsidio ni distanciamiento, sino colaboración. Con su Espíritu (1 Cor 12, 8-12) descubrimos otro aspecto de la realidad y aprendemos a discernir. Inspira nuestra inteligencia para ir más allá de lo mundano y a eso le decimos sabiduría. Enciende en nuestros corazones la certeza de su Amor y eso es fe. A algunos nos llama a hablar en Su nombre y esto es profecía. Por su acción, traducimos mensajes para otros en don de lenguas, así como captamos el clamor espiritual del vecino, en interpretación. Y también la intensidad del mundo nos arrastra, algunos contamos con el don para detener el dolor y podemos sanar. O quizá seamos capaces de reparar una realidad distorsionada llevándola de nuevo a la normalidad y eso lo definimos como milagro.
Todo tiene un propósito de bien. No hay protagonismos, ni violencia, ni caprichos personales. Solo esa fuerza sutil e incontenible que aguarda por un sí. Solo Amor. ¿Qué papel juegas tú en este rescate? ¿Cómo se manifiesta Él en ti?
Referencia. Nouwen, H. (2013). Discernment. New York: Harper Collins.