El doble impacto de la crisis nos ha hecho cuestionarnos en lo más profundo las prioridades que tal vez hasta antes de la pandemia estaban más o menos claras para algunos países más que en otros.
Lo innegable por hoy es que con el dilatado proceso de vacunación, se han ido progresivamente cerrando filas para que todos los Estados den la prioridad a sus connacionales exacerbando los brotes de nacionalismo y xenofobia para las personas inmigrantes y dejando a un segundo plano el del derecho internacional y humanitario por un rato.
El primer hecho para entender cómo la pandemia juega a favor del derecho a migrar ocurrió hace unas tres semanas a partir del 15 de enero del 2021. Cuando vimos cómo desesperados por la crisis de impunidad de su país y por los efectos devastadores económicos de los huracanes ETA e IOTA, casi 7,000 personas de Honduras se dispusieron a abandonar su país para enfrentarse al decidido uso de la fuerza en territorio guatemalteco. Esa primera Caravana fue desarticulada so pretexto de representar una amenaza a la seguridad nacional por la probabilidad de contagio de Covid-19, pero algunos grupos habían logrado adelantarse o escabullir a la multitud, logrando cruzar la frontera de Guatemala a México.
Otra situación similar ocurre en Europa, región en la que el flujo por mar -principalmente- no ha parado, particularmente España recibió a 23,000 personas migrantes tan solo en las Islas Canarias, en enero del 2021 se estima que hay unos 2000 solicitando refugio. Otra de las puertas de entrada ha sido la Isla de Lesbos en Grecia que ha visto rebasada su capacidad, desatando polémica en la Unión Europea por dar una respuesta humanitaria que vaya más allá de construir un campo de refugio temporal.
La esperanza de una vida digna
Es necesario entender cómo la pandemia ha venido a cambiar no solamente las prioridades para los Estados sino para las personas, convirtiéndose en un factor detonante de la decisión de migrar. ¿Qué más da intentarlo si no tengo acceso a lo más básico en mi país?, no se trata de simples sueños ingenuos, se trata de comprender el conglomerado de vulnerabilidades que una familia puede vivir en el Congo o en San Pedro Sula. La decisión de migrar no es un fenómeno irracional que podemos presuponer, detrás de la decisión está muchas veces el riesgo de perder la vida o sufrir en el camino, pero entre permanecer inmóvil o huir, la segunda parece la mejor opción. Porque en el fondo existen las redes familiares y de amistades que pueden sostener esta decisión en el país de destino. Asimismo, las personas migrantes saben que está la solidaridad de las redes de ayuda humanitaria en la ruta migratoria.
Debemos tener en el radar de la solidaridad, que con el Covid-19 vienen otros rebrotes de carácter social, siendo uno de ellos la constante vulneración de derechos fundamentales. Ante la disyuntiva sobre qué es primero, si el derecho a la vida (y a una vida digna) o el derecho de los Estados nacionales a defender sus fronteras, la balanza parece inclinarse hacia lo último. No obstante, por encima de las fronteras y del temor al contagio, siempre estará la dignidad y el derecho a buscar protección de las amenazas que alguien vive en su propia tierra. A pesar de la crisis, nos toca albergar la esperanza de una vida digna y solidaria sin fronteras.