Hace unos días, y a propósito de la polémica sobre las donaciones de material oncológico a la Sanidad pública por parte del empresario Amancio Ortega, un comentarista distinguió en la radio entre caridad y altruismo. Por supuesto, a la caridad le tocó la peor parte, llevándose el altruismo todos los honores.
Es lástima que la caridad haya sufrido un desgaste tal que ha acabado por ser identificada con la limosna, entendida en el peor sentido de la palabra. Por cierto, en la polémica oncológica mencionada, Pablo Iglesias, el líder de Podemos, también utilizó el término ‘limosna’.
Es evidente que las palabras se gastan con su uso, y que, como reza el adagio latino, atribuido a san Jerónimo, ‘corruptio optimi pessima’, “la corrupción de lo mejor es la peor [corrupción]”. Y lo mejor del cristianismo es sin duda la caridad –el ‘agapê’ griego–, ese amor desinteresado y excelso, no sujeto a ninguna circunstancia y dirigido a cualquier persona (lo que le diferencia de los otros dos ‘amores’ de la lengua griega, el ‘erôs’ y la ‘filía’).
En el mundo judío, también la mencionada limosna sufrió una decadencia semejante a la de la caridad. La palabra hebrea para ‘limosna’ es ‘tsedaqá’, cuyo significado original es ‘justicia’; pero, por desgracia –y quizá debido a un mal uso del término, como ocurrió con la caridad–, acabó indicando la donación monetaria despersonalizada y paternalista. En griego, la limosna es ‘eleêmosynê’, en cuyo origen está la palabra correspondiente a ‘misericordia’ (‘eleos’), término también desgastado y corrompido.
Así pues, tanto ‘caridad’ como ‘limosna’ o ‘misericordia’, por no citar también la ‘compasión’ –otra palabra maldita actualmente–, son términos que hoy parecen haber perdido la batalla frente a otros, considerados más nobles, como “altruismo” o “solidaridad”, aunque estos últimos no digan más ni sean mejores que sus viejos y desgastados compañeros: en el fondo de ‘altruismo’ está el ‘otro’ (‘alter’), y en el de ‘solidaridad’, ‘sólido’, es decir, unido, sin fisuras.