Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Amar y espiritualidad


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Si entendemos la espiritualidad como la capacidad de conectarnos con lo trascendente, con lo humano y lo divino, con la belleza, con la hondura de la vida, con la complejidad de la existencia, con el propósito, con el todo más allá de las partes, con lo que nos supera y nos envuelve, no podemos dejar de poner en el centro el verbo amar.



Sin embargo, no es cualquier amar, sino el amar que nos enseñó el Señor con su vida y palabra, que dista mucho del amar que abunda hoy en la sociedad: un verbo manoseado y distorsionado que mucho más tiene que ver con beneficio, con placer, con interés, con superficialidad y con caducidad.

Como era en un principio

Si queremos promover personas más sólidas, coherentes, alegres, atractivas, fuertes, solidarias, generosas y líderes en una espiritualidad tan escasa como urgente, quizás debemos enseñar a amar más, amando y sirviendo, como era en un principio de las comunidades cristianas.

El principio es claro: que nos reconozcan por cómo nos amamos. A muchas personas, la espiritualidad les parece como algo muy lejano, casi inalcanzable, porque suponen una vida monacal, silenciosa y calma, que no tiene nada que ver con su realidad vertiginosa, trabajólica, llena de incertidumbres, agobios e impotencia. Desde ahí, la vida espiritual se reduce a una elite que tiene el tiempo, los recursos y la capacidad para parar el mundo loco que nos rodea para generar un spa.

Primer plano de los ojos de un niño

En todo momento

Sin embargo, si entendemos la espiritualidad como amar, se hace mucho más posible y accesible, incluso en la locura actual. Podemos amarnos más unos a otros mientras corremos en el metro; mientras contestamos correos electrónicos, al comunicarnos en una venta, al cocinar, al pagar las cuentas o al hacer cualquiera de las tareas de una persona normal. Amar no requiere un convento ni un tiempo sagrado; se puede amar en todo momento la creación, a los demás, a nosotros mismos y a Dios si somos conscientes de que por ahí va el camino de la verdadera trascendencia y felicidad.

Como hay tantas versiones sobre qué es amar y fácilmente nos podemos confundir con amores ególatras, desechables, interesados y/o elásticos, es de suma importancia hacer algunas bajadas a la forma en que el Señor nos enseñó a amar, que, si bien en una sola, para efectos de comprensión, la podemos dividir en cuatro dimensiones:

  • Amar en forma sobrenatural: es decir, invertir energía real en pro del bien de otro(s), de la creación y de Dios, aun cuando esos destinatarios no se enteren de cuánto tiempo y dedicación les estamos donando gratuitamente. Ahí caben, por ejemplo, la oración, el estudio, la planificación, el madrugar, el trabajar, el pensar y el estar al pendiente de la felicidad, bienestar y salvación del resto. Podríamos decir que es el tiempo en que Jesús se iba a la montaña y estaba despierto toda la noche, orando con el Padre para cumplir su misión.
  • Amar en forma natural: toda la energía anterior debe plasmarse en encarnaciones concretas en el tiempo y el espacio para que no quede solo en nuestra conciencia y el otro lo pueda sentir y gustar. Es así como un buen trabajo debe permitir crear ideas buenas, una planificación un encuentro familiar, etc. En la vida de Jesús es cuando Él dedicaba espacios visibles de su vida a enseñar, compartir la mesa, obrar milagros o peregrinar por los diferentes pueblos y sinagogas.
  • Amar de forma efectiva: el amar natural y sobrenatural juntos como las dos caras de una misma moneda deben ser como un motor que impulsa, que empuja a generar más vida. Es un amar que desafía, que tensiona, que interpela, que moviliza y urge a desarrollar la mejor versión del otro. En el caso del Seño, es cuando alecciona a sus discípulos frente a su ambición, cuando increpa a los fariseos o escribas a ser fieles a Dios; cuando exorciza demonios o cuando envía a sus apóstoles a compartir la buena nueva. Podríamos afirmar que es la fuerza del amar masculino presente en todo género y que invita a salir de la comodidad.
  • Amar de modo afectivo: Jesús, sin embargo, también amaba con energía femenina, nutriendo a la muchedumbre con alimento para el cuerpo y para el alma, conteniendo sus dolores, consolando sus muertes, conmoviéndose hasta las entrañas por su desamparo y buscando todas las formas de pastorear y ‘maternar’ a todos los que se sentían enfermos, solos o perdidos.

Amando de este modo, entrelazando todas estas dimensiones, podemos ser profundamente espirituales en medio del mundo y transformándolo sin prisa, pero sin pausa, en un espacio más fraterno, humano, con sentido y trascendencia para tantos que hoy anhelan algo más que consumir, rendir y aparentar. Muchas personas tienen hambre de espiritualidad y, amando como Cristo nos amó, los podemos comenzar a saciar.