Amigos de la noche


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Viajó hasta mi casa con el único aval de haber pasado muchos y largos ratos hablando de corazón a corazón, en tantas tardes o noches en las que uno busca sosiego y paz y una compañía en quien apoyarse. Hablamos para no olvidar la raíz de nuestra esperanza, para no arrinconar las prioridades que nos habíamos marcado, y la jerarquía de las cosas que realmente valen la pena.

Los conflictos se agolpaban en su interior, como los únicos habitantes de su corazón, luchando y haciendo fuerza por encontrar una salida. Eso se llama angustia, y aprendemos a vivir con ella o simplemente nos adaptamos a ella, si alguien no te escucha con sosiego y te ayuda a poner nombre a las cosas. Verbalizar lo que nos pasa, narrar los acontecimientos que nos dañan, sentirte escuchado y acogido, son los primeros pasos para buscar la paz.

Pero la paz no es algo abstracto, tiene que estar apoyada en un sentido, en unos cimientos y en un andamiaje que no nos pertenecen, que son exteriores a nosotros, pero que hacemos nuestros, en una persona que sea el espejo donde te puedas mirar y que te reconstruya la imagen. Porque en realidad todo, desde que nacemos, lo absorbemos de nuestro exterior, nadie piense que se hace a sí mismo, necesitamos unos de otros, también necesitamos de experiencias no vividas pero que asumimos como nuestras, de palabras y gestos de ternura que nosotros encontramos en el Evangelio.

Indiferencia y desprecio

Apenas llegaba a los 21 años y ya había experimentado el desamor. Y no me refiero a que su experiencia de noviazgo fuera un desastre, no. Era la indiferencia con que le trataba la vida, los pocos e inseguros amigos, el sinsentido de tantas cosas y sobre todo el acoso por su fe. Y no es que sea un joven fanático o intolerante, más bien, es tranquilo, de los que les gusta buscar, escuchar, preguntar, muy deportista, muy humano… pero sus ideas le apartan de los grupos dominantes y de los que nadan y guardan la ropa y, como él dice, de los que enarbolan la bandera de la tolerancia pero que no permiten que nadie piense distinto a ellos. Y al final cuando no tienen palabras utilizan el desprecio, el descrédito y el insulto.

La universidad, que debía ser el lugar de la búsqueda de la verdad y del debate constructivo, dice, se ha transformado en muchos casos en el espacio de la manipulación ideológica. Del lugar del universalismo, la pluralidad, la investigación de la objetivación, la reflexión filosófica y teológica, se ha convertido en una camada de lobos, donde vives en la ansiedad de estar pisando siempre por espacios de arenas movedizas.

Al final, los pocos jóvenes católicos que hay se mueven como Nicodemo, el amigo de Jesús, que le visitaba acogido por la oscuridad de la noche, para no perder el prestigio que tenía ante los demás y que había acumulado a la luz del día.

¡Ánimo y adelante!