Ana Iris Simón y la ira de los Incorruptibles


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La nueva izquierda no es nueva, sino una versión polvorienta de los mitos exaltados por el Mayo del 68, quizás el mayor asalto contra la herencia cultural de Occidente, esa tradición que fundió el genio creador de Atenas, el papel civilizador de Roma y la espiritualidad de Jerusalén. Una nueva generación de políticos, plumíferos y publicistas obnubilados por los peores impostores del pensamiento filosófico francés (Foucault, Deleuze, Lacan) ha reeditado las viejas ideas de la algarada estudiantil que sacudió la Francia de Charles de Gaulle, rescatando el martillo de Nietzsche para demoler los valores del mundo de ayer.



El objetivo es consumar una transmutación o inversión moral que reemplace la diferencia sexual por las identidades nómadas y difusas, el apego cívico al Estado-nación por el desarraigo o el regionalismo disgregador, y el sentimiento religioso por un hedonismo banal y nihilista. Todo el que se desvía de este nuevo paradigma sufre ataques implacables. En el mejor de los casos, se le acusa de “neorrancio”, un horrible neologismo que designa a los nostálgicos del pasado disfrazados de progresistas. En el peor, se le endosa el calificativo de “fascista”, un término que se considera la descalificación definitiva.

Una bestia negra

La joven escritora Ana Iris Simón, que ha obtenido un gran éxito de ventas con su novela ‘Feria’, se ha convertido en una de las bestias negras de esa nueva izquierda que no esconde su fascinación por Robespierre, el Incorruptible, y no desperdicia la oportunidad de deslizar referencias irónicas sobre la guillotina, mascarón de proa de la aurora roja con la que fantasea.

En su ya célebre discurso pronunciado en La Moncloa para hablar de los problemas demográficos de España y la despoblación rural, Ana Iris Simón, de veintinueve años, reconoció que envidiaba la vida de sus padres a su edad, pues habían disfrutado de trabajos estables que les permitían pagar una hipoteca, mantener a sus hijos y encarar el futuro con optimismo. La escritora acusó a la globalización de haber empobrecido a las pequeñas comunidades.

La aldea global había crecido a costa de la aldea local. Integrarse en Europa implicó desindustrializar el país y minimizar el sector agrario, destruyendo miles de puestos de trabajo. Los pueblos y las capitales de provincia se vaciaron. Los emigrantes no tuvieron otra opción que hacinarse en la periferia de las grandes ciudades. Hoy en día, los salarios son tan bajos e inciertos que casi nadie se atreve a engendrar hijos. La maternidad se retrasa hasta los cuarenta, lo cual ha provocado un descenso demográfico que amenaza el futuro de las pensiones.

Ana Iris Simón

Valores perdidos

Algunos economistas han criticado este discurso, asegurando que España es hoy más rica que en los setenta y que la globalización es una fuente de prosperidad. No voy a entrar en estas cuestiones, donde solo podría aportar una impresión subjetiva y no argumentos de peso, si bien es cierto que la precariedad laboral –hoy la llaman flexibilidad para esconder su ignominia– no ha cesado de crecer y los salarios se encogen cada vez más. Creo que el discurso de Ana Iris Simón ha irritado tanto porque ha ensalzado valores como la maternidad, la vida rural, los vínculos familiares, los lazos comunitarios y la necesidad de enraizarse en un paisaje, un idioma y una cultura.

Se ha dicho que ‘Feria’ no desagradaría a un falangista, pues reivindica sin pudor lo sagrado, la tradición, la estirpe, el habla, el territorio. No voy a decir que me gusta todo lo que dice Ana Iris Simón, como cuando manifiesta su nostalgia por un tiempo donde preocupaba más que los niños se divirtieran tirando petardos que el susto que se llevaban los perros por ese bárbaro entretenimiento, o su caricatura de los hombres blandengues basada en el Fary, o su elogio de Ramiro Ledesma Ramos, asegurando que fue el único que comprendió el Quijote y, en consecuencia, quiso “quijotizar” España, pero sí celebro que haya tenido la valentía de señalar que necesitamos raíces para no experimentar angustia, insatisfacción y desamparo.

Los Incorruptibles abogan por un mundo líquido e invertebrado donde el sujeto se erige en legislador absoluto, suprimiendo las objeciones que inhiben nuestros impulsos más dañinos. Abolidos los tabúes (“prohibido prohibir”), no hay más límite que el poder efectivo de materializar nuestros deseos. Detrás del Mayo del 68 y sus herederos, se esconde el gabinete del marqués de Sade, impulsando esa cultura de la muerte que despoja a la vida humana de su carácter sagrado para convertirla en una variable irrelevante.

Un legado con sentido

La tradición no es algo estático ni reiterativo, sino un legado que solo adquiere sentido cuando se actualiza y renueva. Sería una insensatez volver al pasado, donde también había sombras y miserias, pero constituiría un error aún más grave desperdiciar el capital generado por siglos de historia. Europa no debe avergonzarse de su peripecia. Ha escrito páginas negrísimas, como la Shoah, pero ha alumbrado la filosofía, la ciencia, el arte, la democracia, los derechos humanos. Esas aportaciones no habrían sido posibles sin los vínculos creados por la familia, la tierra y la fe.

El ser humano necesita la diferencia sexual para perpetuarse y para crear familias donde conviven tres generaciones, garantizando la protección de los ancianos y los niños. Necesita un idioma que forje su identidad y estimule su pensamiento, una historia que le sitúe en una perspectiva temporal, un paisaje que le proporcione un hogar, una fe que le permita alentar esperanza. Sin esas referencias, solo prospera ese sentimiento de vacío que se ha propagado por Europa desde la posguerra de 1945. El ser humano ya no vislumbra otra horizonte que la nada. La posmodernidad ha intentado transformar la angustia de los existencialistas en placer hedonista, pero la epidemia de infelicidad e insatisfacción que afecta a la sociedad europea, arrojando unas cifras sobrecogedoras de suicidios, evidencia que ha sido una tentativa fallida.

‘Feria’ carece del mérito literario de las obras de Azorín, Unamuno o Miguel Delibes, pero ha sacudido las conciencias, poniendo sobre la mesa un debate necesario. Los Incorruptibles seguirán atacando a Ana Iris Simón, motejándola de fascista y otras lindezas, pero somos muchos los que celebramos su rebeldía y su incorrección. No sé si le afectan las invectivas, pero me gustaría decirle que pensar siempre es arriesgado y no es posible decir algo valioso sin resultar intempestivo.