Los milagros existen. Al menos así lo cree mucha gente. Pero no abundan en política. Sin embargo, esta semana, nuestro Congreso nos ha regalado una excepción enorme y hermosa: El martes, en el pleno, se aprobó por una descomunal mayoría la toma en consideración de la ILP para una regularización extraordinaria de personas extranjeras, que se calculan en torno a 500.000, y que ha recogido más de 700.000 firmas para ello.
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El milagro
Pero, el milagro no está en que haya prosperado dicha ILP, algo que parecería lógico por muchos motivos, como el respetar los esfuerzos de la ciudadanía y escuchar su voz. El milagro es que, a pocas horas de la votación, todo parecía indicar que no saldría. El PSOE sólo manifestó su “sí” un día antes y, el PP no definió el sentido de su voto -afirmativo- hasta la misma sesión parlamentaria. Y sin unos u otros no hubiera salido.
La pregunta, llegado a este punto es, ¿cómo se obró el milagro?
Las claves
La primera clave es que los milagros solo se producen cuando previamente se cree en ellos. Y en este éxito colectivo, hay muchas personas que nunca perdieron la fe en él, por más que la realidad, tozuda, parecía decir lo contrario. A esas personas debemos agradecimiento infinito.
En segundo lugar, el milagro en política no ahorra esfuerzos previos. Es necesario “quemar las naves”, apurar todas las posibilidades para que se produzca. También sé de varios nombres que han jugado ese papel. Algunos públicos y notorios (como líderes de la Iglesia católica), otros no tanto pero que merecerían serlo (entre ellos Jorge Serrano, Coordinador Nacional de Por Un Mundo Más Justo, o Augustín Ndour, primer firmante de la ILP e iniciador de la misma).
En tercer lugar, quienes han estado liderando los esfuerzos políticos, han tenido muy claro que lo primero era el objetivo que les movía y no tanto el sacar réditos partidistas. En ese sentido, a muchos/as ha sorprendido que, el nombre de la formación política que ha impulsado todo este recorrido haya salido tan poco en los medios, lo que hubiera sido legítimo y justo. Pero es una muestra más de que la buena política debe hacerse no en pro de unas siglas, sino en pro del bien común.
Por otro lado, hoy vemos claro que el milagro no habría sido posible sin una intensísima presión a los dirigentes políticos a través de muchos cauces y, lo que es más importante, desde una profundísima convicción: con decisiones como esta, todos ganamos.
No termino, sin recordar que, para quienes creen en los milagros, una parte siempre queda a lo “misterioso”. Quizá en esta ocasión también haya sido así. En cualquier caso, parece claro que, en este país y en nuestro mundo, necesitamos más milagros de este tipo. Y quizá este sea el primero de muchos.
Que el “misterio” nos guíe en lo que, ojalá, sea el comienzo de una nueva etapa.