Esta semana que termina nos recordó los 15 años de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano -las cuatro anteriores fueron en Río de Janeiro (1955), Medellín (1968), Puebla (1979) y Santo Domingo (1992)-, realizada en Aparecida, Brasil, del 13 al 31 de mayo del 2007.
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El aniversario, más que un balance de lo sucedido en la Iglesia católica latinoamericana durante este tiempo, nos permite una conmemoración de lo que significó, y sigue significando, ese evento para nuestra pastoral subcontinental. Resalto cinco chispazos de la reunión episcopal y de su respectivo documento conclusivo.
En primer término, y en contraste con lo sucedido en reuniones anteriores -en especial la de Santo Domingo- la presencia vigilante del Vaticano no fue tan evidente. Era costumbre en el pasado que desde Roma se definían, en la práctica, el objetivo general, los temas a tratar y los responsables de coordinar las asambleas. En Aparecida, en cambio, y aunque la convocatoria fue de Juan Pablo II y la inauguración de Benedicto XVI, fueron los obispos latinoamericanos los que condujeron los trabajos sinodales.
En relación con lo anterior, el Documento de Aparecida recupera el clásico método Ver – Juzgar – Actuar, en el que se pretende partir de un análisis pastoral de la realidad (Ver), iluminarlo con el aporte de las ciencias sociales y de la Enseñanza Social de la Iglesia, preferentemente de los evangelios (Juzgar) y lanzar propuestas prácticas (Actuar), que marquen los rumbos pastorales a seguir en las diferentes diócesis de América Latina.
Un tercer punto a resaltar lo constituye su teología. Aparecida recupera el concepto de discípulos y misioneros como característica fundamental de quienes queremos seguir a Jesús de Nazaret. De ahí se desprenderán consignas como pasar de una pastoral de conservación a una de transformación, y definir a nuestra Iglesia como una instancia capaz de salir al encuentro de las periferias existenciales, y de abrir sus puertas para que todos puedan entrar.
En cuarto lugar, el documento conclusivo de Aparecida nos ofrece, en mi opinión, el texto más esperanzador y de contenido teológico más profundo, que nuestros obispos latinoamericanos han escrito. Leemos en el #548: “… urge acudir en todas las direcciones para proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia, que Él nos convoca en Iglesia, y que quiere multiplicar el número de sus discípulos y misioneros en la construcción de su Reino en nuestro Continente”.
Por último, el evento Aparecida significó el relanzamiento de Jorge Bergoglio como indiscutible líder de la Iglesia latinoamericana y, más tarde, de la Iglesia universal. Cuando se le asignó al entonces arzobispo de Buenos Aires, el encargo de dirigir la comisión redactora del documento conclusivo se estaba fabricando un Papa -como lo ha escrito el cardenal venezolano Baltazar Porras-.
Pro-vocación
Y Francisco de Roma nos sigue regalando frases matonas, que conviene asumir y digerir. Esta semana, al comentar su Mensaje para la Jornada Mundial de los Abuelos, a celebrarse el próximo 24 de julio, sentenció: “la sociedad ofrece (a los ancianos) planes de asistencia, pero no proyectos de existencia” y “estamos tentados a exorcizar la vejez escondiendo las arrugas y fingiendo que somos siempre jóvenes”.