Probablemente nunca en la historia de la humanidad hemos experimentado una incertidumbre tan grande y honda como la que vivimos desde hace un tiempo hasta hoy. Cambios climáticos, sociales, políticos, económicos, valóricos, institucionales son las evidencias de que vivimos una época de bisagra entre un tiempo viejo y uno nuevo; entre un paradigma que tuvo sus virtudes y vicios, pero que hoy urge dar vida a una nueva forma de relación, de vincularnos con nosotros mismos, con los demás y con la creación.
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Jamás he creído en las coincidencias y por ello estoy convencida de que la crisis mundial, nacional y muchas veces personal y espiritual que estamos viviendo, es parte de un proceso “apocalíptico” de purificación y liberación que nos llevará a un mejor estado que el actual. A lo largo de estos años, silenciosa y fecundamente se ha ido gestando en cada uno de nosotros un nuevo modo de vivir; una mirada diferente de lo que somos y nos relacionamos, encarnada en nuestro corazón amoroso y resiliente, en nuestras manos activas y creativas, en nuestra mente inquieta y crítica del paradigma en el que vivimos, en nuestro espíritu abierto y en constante búsqueda de lo trascendente, que dan cuenta de un modo diferente de vinculación, profundamente humano y fraterno. Es el modo de Cristo, re-evolucionario en el sentido de renacer y también de cambio radical; es un ir contra corriente y en una permanente construcción de una paz imperfecta que hoy se rebela, quizás desordenada y caóticamente, al mundo que conocimos y busca una resurrección, pero no exenta de la previa crucifixión.
Constatación del cambio
Ya lo decía el evangelio, “la higuera se ha puesto tierna y está llena de brotes nuevos” lo que da cuenta de un tiempo diferente, de mayor flexibilidad, apertura, diálogo y tensión. También anunciaba hecatombes, cambios climáticos y movimientos de los astros del cielo. Y es que todo cambio lleva implícitos desacomodos, terremotos internos y externos, desconcierto, inseguridad, temor y no poder afirmarse de nada. Bien lo sabemos los chilenos cuando la tierra comienza a temblar; sólo puedes esperar a que pase pronto, porque nada te puede afirmar. Todos estos signos han ocurrido y seguirán ocurriendo cada vez que la humanidad necesite subir un escalón de conciencia, de mayor fraternidad objetiva, de equidad, de justicia y de paz cimentada en verdaderos acuerdos de toda la sociedad. Ya lo dijo el papa Francisco, “de esta pandemia saldremos mejor o peor, pero nunca igual” y este cambio es profundo y real. La pandemia solo marca la línea de la bisagra temporal entre un antes y un después que los libros de historia marcarán como el inicio de una nueva era donde los nuevos brotes comenzaron a germinar.
Que nuestra lucha para el futuro no sea entonces ser felices logrando éxito, fama, plata, poder o una posición. Todo eso es espuma en la vida y se puede ir tan rápido como llega. Que nuestro anhelo sea seguir levantándonos cada mañana por ser y formar personas con el corazón encendido para amar y servir desde su singularidad, fuertes para ir contra corriente y asumir liderazgos en la sociedad. Esto nos traerá la abundancia y el gozo por añadidura y la luz de nuestros ojos que hoy ya brilla, se intensificará convirtiéndonos en faros para los demás. Queremos seguir siendo la esperanza del mundo, convencidos de que se puede trabajar para servir a la comunidad, ganar más para compartir con los demás, tener poder para ponernos al servicio y ser mejores para construir la paz. Ser verdaderos “Amoristas”, héroes y voceros proactivos y atractivos de que somos hermanos, que nadie vale más que otro y que nos necesitamos para avanzar. Que estemos dispuestos a dar la vida por la amabilidad, la generosidad, la justicia, la igualdad, la fe y la paz. Que se note que pasó un cristiano por la estela profunda y bonita que dejó al pasar.