El ejercicio de la medicina nos pone en continuo contacto con lo profundo del ser humano: el dolor, el tránsito entre la vida y la muerte, la vulnerabilidad de la persona. Vivir en medio de estas claves se convierte en la actividad de cada día; son realidades cotidianas en la vida de un médico hospitalario.
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Una ventaja es que tenemos acceso a un acervo de literatura científica que en no pocas ocasiones profundiza en estos campos de las humanidades médicas y enriquece mucho leer las experiencias de otros. Así, en el ‘New England Journal of Medicine’ (revista norteamericana de mi especialidad que en alguna ocasión ya he citado) del 11 de mayo de este año, se publica un breve artículo en la sección de “Perspectiva”. Se trata de una conmovedora narración de la vida profesional de un médico que atiende niños con una enfermedad de piel que suele ser mortal a corto o medio plazo, la epidermolisis bullosa. Estos niños tienen la piel tan frágil (se le dice “piel de mariposa”) que el más mínimo roce la separa del tejido subyacente, quedando un área herida, denudada, expuesta a infecciones.
Junto al maestro
Este médico narra sus inicios en el cuidado de estos niños, así como su aprendizaje al lado de uno de los mayores expertos en la enfermedad, mucho mayor que él, al que acompaña en las visitas a chicos que han conocido casi desde la cuna; no pocas veces, son a niños moribundos. Acuden a las unidades de cuidados intensivos a despedirse de los pacientes y las familias. Al fin y al cabo, con el tiempo han sido parte de ellas.
Finalmente, de quien debe despedirse es de su maestro, que le llama a su lado en el momento de su muerte, tras una enfermedad oncológica. Se repite una despedida que han hecho juntos muchas veces, narrada de forma sencilla y honesta: están orgullosos del tiempo compartido, el uno del otro, y se expresan el cariño que se profesan.
Aprender a amar
Antes de morir, debemos hacer las paces con otros y quizás con nosotros mismos. Con nuestra historia, con nuestros errores y desaciertos, con los pecados que hayamos cometido, con las expectativas erróneas que quizás tuvimos, con las aspiraciones que a veces nos desviaron de nuestro objetivo fundamental, que en realidad no era otro que aprender a amar y ser amados incondicionalmente.
¿Hemos sido buenas personas, fiables, cuidadosas? ¿Hemos apoyado a quien nos ha necesitado? ¿Hemos amado de veras? Porque esas serán las preguntas a las que habremos de responder, las importantes, las cruciales en el momento de la muerte.
Marchar con paz
Ojalá la respuesta confirme que hemos cumplido el propósito para el que vinimos a esta tierra, podamos marchar con paz y puedan llorarnos con paz quienes quedan aquí.
Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos, y por este país.