La persona encargada de la recepción en una parroquia madrileña acogía a una familia migrante. Los papás y dos niños. Les acompañó por distintas salas hasta un sencillo despacho y con una muy favorable atención quiso responder a lo que ella preveía era su demanda. Y antes de que hablaran les dijo: “Uds. son migrantes. Muy bien. Bienvenidos”. Dirigiéndose al cabeza de familia le preguntó por su trabajo. “Albañil”, le respondió. Muy bien. Anotó sus datos básicos y le dijo que le incorporaba a la bolsa de búsqueda de empleo.
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Lo mismo hizo con su esposa. Antes de que ella hablara le dijo: “Bien. Y para Ud. ya sé de una familia que puede necesitar sus servicios una horas para ayudarle en su casa”. Se adelantó también a las posibles demandas respecto a sus hijos: les preguntó la edad, tomó también sus datos y rebuscando entre sus fichas les indicó un colegio donde les podrían matricular al tiempo que revolviendo en el ropero parroquial les proporcionaba unos nuevos trajecitos. Ellos le miraban divertidísimos mientras comprobaba sus tallas.
La familia migrante sonreía benevolentemente. Y le agradecían con maneras suaves y dulces la preocupación que tenía por ellos. Al terminar el cabeza de familia le habló suavemente. “Muchas gracias por su atención. Pero, por ahora no necesitamos esas ayudas. Ya tengo trabajo, y mi mujer también. Mis niños están escolarizados. Y además sacan muy buenas notas…”.
Y continuaba: “La verdad es que no veníamos a pedir sino a ofrecernos. En la parroquia podemos colaborar. Pertenecíamos a grupos de formación y éramos delegados de la palabra… También sé tocar la guitarra y puedo ayudar en el coro, además de que me pueden llamar para cualquier arreglito que necesiten en la parroquia . Mi esposa también quiere formar parte del coro además de ayudarle en la liturgia. Y se ofrece con gusto para el grupo de limpieza parroquial. Y para los pequeños lo único que venimos a decirle es que queremos que no se les olvide apuntarles de nuevo en la catequesis”.
Como veis se trata de una hospitalidad con buenas intenciones pero mal comenzada. Porque en nuestra respuesta eclesial la primera intención debe ser conocer la realidad y la situación antes de dar la respuesta más adecuada. Muy importante esto.
“Un plan coordinado y eficaz” ante la migración
Formarse y coordinarse en el área de la hospitalidad migratoria es una de las misiones imprescindibles a las que da repuesta –entre otras– muy insistentemente la Mesa por la Hospitalidad de la Diócesis de Madrid que últimamente difunde y repica el fruto de un buen tiempo de trabajo para acertar mejor en los análisis y en las repuestas. Y urge, exigiendo la transparencia debida y legal a las administraciones, “un plan coordinado y eficaz” ante la situación migratoria. Desvela “los puntos críticos y los retos del actual momento migratorio” en un documento bien rico que vale tanto para el análisis como para la formación y el compromiso tanto a nivel personal como colectivo.
Desde la hospitalidad necesaria, también como el pan de cada día. Desde la hospitalidad que crece y se hace más fecunda como el pan repartido que nos alimenta en esa mesa compartida. Ahí donde va a ser necesario incorporar de nuevo y atraer con mas insistencia también a ese 41% de cristianos practicantes que consideraban que el número de migrantes debería reducirse en nuestro país, mientras sigue subiendo hasta el 47% en el caso de los no practicantes. Una cifra, en cambio, que se quedaba en un 26% en el caso de los no creyentes.
Y evitar que esta palabra no se atragante sino que se digiera para coger fuerza frente al “papel facilitador del discurso xenófobo de algunos medios participados por la Iglesia y, a otro nivel, el discurso en blogs y redes de algunos cristianos/as. Y un etcétera muy necesitado de conversión”.
Las cuatro patas de la hospitalidad
Hospitalidad. Palabra femenina ella, en torno a una mesa que en el caso de este documento se apoya en estas cuatro patas: la fundamentación, la realidad actual desde el contexto madrileño, la iluminación de esa realidad y el compromiso para la acción.
Es un documento inspirador que empuja y nos reta con la crudeza del Evangelio radical que está detrás de todo ello, para poder hacer algo, bastante, o mucho mas según veamos las necesidades, las capacidades y las tareas en la defensa y la promoción de los derechos.
Me quedo con el aire que enriquece y que desde la identidad evangélica debe movilizar a los que se acerquen a esta denuncia y urgencia que la Iglesia de Madrid reclama al Ayuntamiento, Comunidad y Estado en un plan conjunto para ofrecer una “respuesta integral” al reto de la migración.
Aquí sí que se detalla la atención integral básica que abre a muchas concreciones. No como en esa oferta líquida de atención también llamada integral con la que quieren describir la atención para los migrantes que llegan a Cataluña según la actualidad mediática de recientes conversaciones entre diversos actores políticos.
Al hablar del “aire” que enriquece el fundamento y la acción entre los promotores que generan esta hospitalidad me refiero a algo que se olvida con frecuencia: la importancia de la espiritualidad. “Tendría gracia que fuéramos nosotros precisamente –dicen– los que menos valorásemos el cultivo de esta dimensión, sobre todo considerando que buena parte de las personas desplazadas participan de nuestra misma fe y que, en otro caso, nada impide crear espacios de encuentro interreligioso o facilitar la práctica de otras confesiones religiosas”.
Aprovechar las herramientas que se proponen.
- Materiales sencillos para cuidar/cultivar la dimensión espiritual y religiosa como un factor de protección y de integración social de los inmigrantes (ello debería ser tenido en cuenta incluso en los Servicios Sociales Públicos).
- Seguir trabajando de cara a la interreligiosidad cercana y no tanto a la muiltirreligiosidad lejana, la vivencia y las “prácticas” religiosas de otras culturas a la vez que se purifican (inmigrantes y nativos) lo que haya que purificar.
- Penetrar con generosidad –enviados por la comunidad– en otros territorios eclesiales, y ser trasversales en los distintos ámbitos (catequesis, liturgia , jóvenes, etc.).
Por usar una expresión ya común –nos dicen en este aspecto–, estamos perdiendo “la batalla del relato” cuando solo nos centramos en sus historias de dificultad-problemas-necesidad y, al fin, superación (algunas veces, más o menos). Pero pocas veces narramos su “normalidad”.
Aquella normalidad que describía la familia migrante al querer participar en la parroquia y que me sirvió de empuje para introducir este artículo. No olvidemos sacar a flote el aire interior que a tantos les inunda. Que nos es bueno mantenerlos en un exilio interior que añore raíces metidas muy dentro y que muchas veces les desconciertan y olvidan. Exilio interior que se les hace muchas veces más arduo y fútil –por el contexto nuevo en que se introducen– que el exilio exterior.