A través del proceso de escucha del Sínodo Amazónico constatamos la profunda confianza que en los territorios tienen con respecto de la Iglesia, una confianza a veces inmerecida porque hay muchos rasgos también de fragilidad. Hay páginas oscuras de nuestra propia historia eclesial por las cuales, no solo el Papa Francisco ha pedido perdón, sino que nosotros mismos nos hemos sentido llamados nuevamente a pedir perdón de corazón, y tratar de enmendar el camino para superar esas muestras tan distantes al modo de Jesús en el acompañamiento al territorio.
- PODCAST de VN: El sacerdocio hoy
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
En este proceso de escucha los pueblos abrazaron a la Iglesia como hermana, como aliada, y para aquellos que son creyentes y miembros de la misma, se hacía evidente una esperanza de que como Iglesia asumamos con mayor fuerza su propia identidad, su rostro, sus cosmovisiones. Me siento profundamente agradecido por el privilegio de una vivencia recíproca de acompañar y ser acompañado por tantas hermanas y hermanos de Iglesia, del territorio, que habían puesto en nuestras manos sus voces, y en ellas estaban claramente presentes sus vidas, sus corazones, sus esperanzas, sus gritos, y su anhelo de nuevos caminos.
El Sínodo de la Amazonía fue un punto de partida, nunca un punto de llegada para concluir algo. Nunca se tuvieron resultados ya elaborados con anticipación, ni tampoco se esperaba tener inmediatamente propuestas definitivas resultantes de procesos casi mecánicos, sino que vivimos la experiencia como quienes siembran las semillas que nos hacen falta para esperar que haya frutos en el futuro.
Considero que solo quien trabaja la tierra, comprende que son procesos paulatinas y que los resultados no son inmediatos; solo quien camina en medio de la realidad concreta entiende que iniciamos una nueva etapa que abre nuevas posibilidades, pero que ellas se han de ir tejiendo poco a poco y al ritmo de las aguas de la Amazonía.
Un verdadero desborde, con urgencia
Todos quienes esperaban frutos ya maduros resultantes de este proceso, se equivocaron por completo. Esto, si lo sabemos discernir bien, nos da una sensación de sentirnos al servicio de algo mucho mayor a nosotros-as mismos, y nos permite reconocernos pequeños y haciendo una contribución humilde en el gran camino de la renovación de nuestra Iglesia y de su misión en la Amazonía.
Así lo vivimos en esos días junto con el Papa, quien también, con su mera presencia serena y de escucha atenta, iba dando cuenta de que estábamos sirviendo a un proyecto mayor, a un proyecto de Reino, de un nuevo mundo posible, y que incluso todos éramos, de alguna manera, puentes y servidores y servidoras para ese horizonte mucho más allá de nosotros. Así que pasado el tiempo de la Asamblea de Sínodo, seguimos con mucha ilusión, con el corazón dispuesto para seguir trabajando en las etapas subsecuentes que siguen vivas, ya que esto apenas comienza.
El Papa nos ha pedido un verdadero desborde, y en este sentido creo que el depósito de la fe, siendo muy importante y siendo un elemento estructural que ha dado cuenta de nuestra historia y de nuestra vida institucional, también está siendo desbordado en un sentido muy positivo. Un desborde de fe desde la vida de los pueblos, de los creyentes que están en la Amazonía; uno que va más allá de ciertos límites estructurales y que llama a buscar nuevos odres.
Ha sido un proceso de búsqueda de un equilibrio dentro del aula sinodal, donde las voces de los pueblos marcaron mucho el tono y el ritmo en las discusiones en cuanto a la legitimidad de sus expresiones, en cuanto al testimonio de sus vidas y en cuanto a la urgencia de sus llamados, pero que entraban en necesario diálogo con la experiencia y las instancias de la Iglesia que se iban abriendo poco a poco, queriendo acoger estas voces y responder a ellas.
Las voces de las mujeres indígenas inspiraron mucho, sobre todo cuando le hablaban al corazón al Papa Francisco, y atizando y sacudiendo las conciencias de todos y todas en el aula, pues eran llamados que se tornaban en gritos por la urgencia de una respuesta, y porque en esos llamados estaban sus propias vidas en comunión con la vida del propio territorio. Esa escucha transformadora ha sido realmente una experiencia maravillosa, e intuimos que se torna en un modo de sinodalidad irreversible para nuestra Iglesia.
La experiencia amazónica: un antes y un después en la ruta sinodal
Confío en que no podrá haber otro sínodo después de este que no considere de la misma manera las voces que vienen de las territorialidades, las voces del pueblo sencillo, del Pueblo de Dios, es decir, las voces improbables de las periferias. Esto es también lo que nos dice la Constitución Apostólica Episcopalis Communio sobre el imperativo de una mayor escucha para poder tejer una mayor sinodalidad, y en búsqueda de una mayor participación de la diversidad de todo el pueblo de Dios.
El Papa Francisco afirma que los grandes cambios siempre vienen desde abajo, desde las periferias. ¿Podríamos decir que las posibles reformas surgidas a partir de este sínodo, y que el Papa Francisco ha expresado en la exhortación postsinodal Querida Amazonía, surgieron realmente de las periferias, es decir, de una Iglesia que hasta ahora no había tenido mucho protagonismo? De un modo incompleto, y como un proceso en marcha, la respuesta es un sí definitivo.
El Papa Francisco ha insistido mucho en la etapa postsinodal, o en la parte de implementación, y en ese sentido podemos asumir que le ha confiado a la Iglesia latinoamericana en sí misma, y con el acompañamiento del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), de la Vida Consagrada articulada en la CLAR, y muchos otros, esos trabajos. Por tanto, quienes participamos del sínodo debemos seguir compartiendo lo vivido con las comunidades en el territorio, pues son ellas quienes abonaron a todo este camino de escucha activa inédito.
Hay un antes y un después, no por el Sínodo Amazónico en sí mismo, sino por todas las condiciones que se han dado luego del Concilio Vaticano II, más de 55 años después, que hoy encuentran un punto de plenitud y de convergencia, y abren una puerta nueva que nos permite decir que lo que hemos vivido, lo que hemos visto, representa una nueva etapa para la Iglesia. Es tiempo de nuevos caminos, y hemos sido llamados a tejerlos en comunidad eclesial.
Lecciones de sinodalidad desde esta periferia
En materia eclesial cabe siempre reconocer nuestras limitaciones estructurales y humanas, las cuales necesitan otras vías completamente distintas para responder a los signos de los tiempos. Debemos superar la visión reducida que busca salidas únicamente a partir de los sujetos específicos, sea el presbítero o los misioneros-as, para buscar caminos de comunión desde el propio tejido social de las comunidades y de su propia experiencia de fe y la necesidad del acceso a los sacramentos. Este punto de mirar a la comunidad, y sus necesidades y posibilidades, desde el punto de vista ministerial cambió por completo la tónica del sínodo.
Me parece que lo que el Papa nos está diciendo es que debemos mirar los rostros concretos, las necesidades específicas, y nos pide que no tengamos miedo a buscar soluciones adecuadas. Si nos seguimos enfocando primero en las discusiones predominantemente morales o de lo que es posible según las normativas institucionales, perderemos de vista por completo los gritos de la realidad y las esperanzas de la realidad de los sujetos que viven ahí.
Un gesto muy profundo para la sinodalidad de la Iglesia, de un enorme peso simbólico, fue el momento en que, desde la tumba del apóstol Pedro – la piedra donde se sostiene la Iglesia-, peregrinamos juntos, en romería, todo el Pueblo de Dios alrededor del Papa, entremezclados, con todos los símbolos y colores que se ven en esas fotografías multicolor, caminando juntos hacia el aula sinodal para comenzar un proceso que para algunos significaba estar dentro del aula en discernimiento y consulta, y para muchos más era el inicio de la vivencia del sínodo desde los exteriores y con el pueblo de Dios en lo que denominamos: Amazonía casa común. No eran dos sínodos o eventos paralelos, era un solo sínodo, uno intramuros, en el aula, otro extramuros, amazonizando Roma.
Sin duda, todo con el mismo fin, buscar nuevos caminos de esperanza para la Iglesia y para dar respuestas claras para toda la Amazonía en medio de momentos de profunda prueba y de muerte cotidiana. En los espacios compartidos vivimos una vigilia antes de iniciar el sínodo, un acto de reconciliación con los pueblos originarios, el Vía Crucis con los mártires de la Amazonía, y la renovación del pacto por una Iglesia pobre y para los pobres. De todo ellos fuimos aprendiendo a caminar más juntos, y todo ello tuvo una contribución significativa en todo el discernimiento del Sínodo.
Por Mauricio López Oropeza. Director del Centro Pastoral de Redes y Acción Social del CELAM