Caí en la cuenta que no se me había ocurrido o, tal vez, no se me había presentado la oportunidad de escribir sobre sinodalidad en este blog ni en ningún otro medio. He escrito sobre sínodos pero no sobre sinodalidad, y muchas veces me he referido tangencialmente a esta dimensión, característica o naturaleza propia de la Iglesia que el papa Francisco en los últimos años ha estado invitando a redescubrir.
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Y caí en la cuenta durante una de las reuniones para preparar el próximo encuentro organizado por Amerindia, ‘Teología de la Liberación en tiempos excepcionales de crisis y esperanza’, que se realizará virtualmente a lo largo del mes de octubre y uno de cuyos ejes de reflexión será la sinodalidad. Me lo recordó, además, el curso ‘Sínodos y sinodalidad’ –también virtual, obviamente– del Boston College en el mes de octubre y que no me pienso perder.
Se me ocurrió, entonces, que era la oportunidad para revisar documentos y artículos que se ocupan del tema y, como para ordenar mis ideas acostumbro organizarlas en un texto, pensé que mis apuntes los podía compartir en este blog. A lo mejor habrá alguien a quien le interese repasar el tema de la sinodalidad eclesial de la que tanto se está hablando y se ha escrito.
Sinodalidad que se entendía únicamente como ejercicio del ministerio de los obispos reunidos en concilios y sínodos, pero que en la eclesiología de Francisco apareció “como dimensión constitutiva de la Iglesia, una nota, una propiedad, una característica de su misma naturaleza” y se refiere propiamente a “a la corresponsabilidad y a la participación de todo el Pueblo de Dios en la vida y la misión de la Iglesia”, según precisó la Comisión Teológica Internacional en el documento ‘La sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia’ (2018), publicado para hacer eco a las invitaciones de Francisco. Esto quiere decir que la Iglesia es sinodal. O Iglesia en camino, como la de los discípulos que iban de Jerusalén a Emaús en compañía del Resucitado. “Peregrina”, la llamó Vaticano II.
La invitación del papa Francisco a “caminar juntos, laicos, pastores, obispo de Roma”
En la conmemoración del 50º aniversario de la creación del Sínodo de los Obispos, en 2015, el papa Francisco recordó que “la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio. […] Caminar juntos, laicos, pastores, obispo de Roma”. Lo que significa que la autoridad en la Iglesia no es monárquica y que las decisiones se toman en comunión. Con la participación de todos y de todas. Caminando juntos, como dice el Papa, “laicos, pastores, obispo de Roma”.
Digo recordó, porque ya había hablado de sinodalidad en la entrevista que en 2013 le hizo Antonio Spadaro y publicó La Civiltà cattolica –“Debemos caminar juntos: la gente, los obispos y el Papa. Hay que vivir la sinodalidad a varios niveles. Quizá es tiempo de cambiar la metodología del Sínodo, porque la actual me parece estática”.
Volví a leer en este redescubrir la sinodalidad de la Iglesia el discurso del papa Francisco en el 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos (2015), que acabo de citar, en el que, de manera programática, presentó las líneas fundamentales de una teología y praxis de la sinodalidad como “dimensión constitutiva de la Iglesia”. No un simple adorno o adjetivo.
En dicho discurso, Francisco reconoció la importancia de la práctica sinodal surgida de Vaticano II, refiriéndose a la Asamblea del Sínodo de los Obispos que en ese momento se estaba celebrando en Roma como una experiencia de “caminar juntos” y, a renglón seguido fundamentó su invitación en las líneas eclesiológicas trazadas por Vaticano II, refiriéndose al sensus fidei, como también a sus consecuencias prácticas en relación con la superación de la división clero / laicos:
Después de haber reafirmado que el Pueblo de Dios está constituido por todos los bautizados, “consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo” (LG 10), el concilio Vaticano II proclama que “la totalidad de los fieles que tienen la unción del Santo (Cf. I Jn 2,20.27) no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos muestran estar totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral” (LG 12). Aquel famoso infalibile “in credendo”. […] El sensus fidei impide separar rígidamente entre Ecclesia docens y Ecclesia dicens, ya que también la grey tiene su “olfato” para encontrar nuevos caminos que el Señor abre a la Iglesia.
Insistió, entonces, en la escucha recíproca –“pueblo fiel, colegio episcopal, obispo de Roma”– como una de las características de la Iglesia sinodal, para proponer a continuación su interpretación de sinodalidad como dimensión constitutiva de la Iglesia que sirve de marco para interpretar la ministerialidad como servicio.
Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha, con la conciencia de que escuchar “es más que oír” (EG 171). Es una escucha recíproca en la cual cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, colegio episcopal, obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo. […] La sinodalidad, como dimensión constitutiva de la Iglesia, nos ofrece el marco interpretativo más adecuado para comprender el mismo ministerio jerárquico.
Si comprendemos que, como dice san Juan Crisóstomo, “Iglesia y Sínodo son sinónimos” (Explicatio in Ps. 149: PG 55, 493) –porque la Iglesia no es otra cosa que el “caminar juntos” de la grey de Dios por los senderos de la historia que sale al encuentro de Cristo el Señor– entendemos también que en su interior nadie puede ser “elevado” por encima de los demás. Al contrario, en la Iglesia es necesario que alguno “se abaje” para ponerse al servicio de los hermanos a lo largo del camino.
En esta Iglesia, como en una pirámide invertida, la cima se encuentra por debajo de la base. Por eso quienes ejercen la autoridad se llaman “ministros: porque según el significado originario de la palabra, son los más pequeños de todos. […] No lo olvidemos. La única autoridad es la autoridad del servicio […] “el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes” (Mt 20,25-27). “Entre ustedes no debe suceder así”: en esta expresión alcanzamos el corazón mismo del misterio de la Iglesia –“entre ustedes no debe suceder así”– y recibimos la luz necesaria para comprender el servicio jerárquico.
Por último, Francisco repasó los niveles de ejercicio de la sinodalidad. El primero se realiza en los “organismos de comunión” de las Iglesias particulares, anotando que “solamente en la medida en la cual estos organismos permanecen conectados con lo ‘bajo’ y parten de la gente, de los problemas de cada día, puede comenzar a tomar forma una Iglesia sinodal”.
El segundo nivel, señaló, es el de las conferencias episcopales”. Y al último nivel, al de la Iglesia universal, corresponde el Sínodo de los Obispos, cuyo modus operandi describe como modelo de escucha recíproca en la Iglesia sinodal: “El camino sinodal comienza escuchando al pueblo, […] prosigue escuchando a los Pastores [y] culmina en la escucha del obispo de Roma”.
La sinodalidad eclesial que Francisco invita a redescubrir
El otro documento que leí y al que me quiero referir es el de la Comisión Teológica Internacional, “La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia” (2018), que, en la perspectiva de la invitación del papa Francisco a “caminar juntos, laicos, pastores, obispo de Roma”, propone una teología y una práctica de la sinodalidad, esta última como “la específica forma de vivir y obrar (modus vivendi et operandi) de la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar de todos sus miembros en su misión evangelizadora”.
El documento, en la Introducción, precisa el significado de la palabra sínodo como “el camino que recorren juntos los miembros del Pueblo de Dios”; hace referencia a que Jesús se presenta a sí mismo como “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6) y que sus seguidores fueron llamados “discípulos del camino” (Hch 9,2; 19,9.23; 22,4; 24,14.22); señala, además, que aunque el término no se encuentre en la enseñanza de Vaticano II, se encuentra en el corazón de la eclesiología de Pueblo de Dios y reconoce que “aún queda mucho por hacer en la dirección trazada por el Concilio”. Por eso concluye: “Este es el umbral de novedad que el papa Francisco invita a atravesar. […] La sinodalidad nos ofrece el marco interpretativo más adecuado para comprender el mismo ministerio jerárquico”.
El documento recorre las prácticas eclesiales de sinodalidad, desde el camino de Emaús (Lc 24,13-35) como paradigma de sinodalidad y “el Concilio apostólico de Jerusalén (Hch 15; Gál 2,1-10)” como acontecimiento sinodal en el que “toda la Iglesia de Jerusalén está presente durante todo su desarrollo y es involucrada en la decisión final”; y, como ejercicio de sinodalidad presenta los concilios del primero y segundo milenio. Finaliza el recorrido histórico deteniéndose en el Sínodo de los Obispos que Pablo VI instituyó por el motu proprio Apostolica sollicitudo (1965), como “un consejo estable de obispos para la Iglesia universal”, que “tiene el objetivo de seguir aportando al Pueblo de Dios los beneficios de la comunión vivida durante el Concilio”.
En la fundamentación teológica de la sinodalidad, repite que es “dimensión constitutiva de la Iglesia, que a través de ella se manifiesta y configura como Pueblo de Dios en camino y asamblea convocada por el Señor resucitado”, y que “no designa un simple procedimiento operativo, sino la forma peculiar en que vive y opera la Iglesia”, subrayando que la sinodalidad es expresión de la eclesiología de comunión y repitiendo los planteamientos de Francisco que, en la línea de Vaticano II, se refiere al sensus fidei de los fieles que el documento considera que “une a todos los miembros del Pueblo de Dios en su peregrinación. Es la clave de su caminar juntos”.
El documento se ocupa de sujetos, estructuras, procesos, acontecimientos sinodales”, señalando que “el Pueblo de Dios en su totalidad es interpelado por su original vocación sinodal. La circularidad entre el sensus fidei con el que están marcados todos los fieles, el discernimiento obrado en diversos niveles de realización de la sinodalidad y la autoridad de quien ejerce el ministerio pastoral de la unidad y del gobierno describe la dinámica de la sinodalidad” y describe las diversas instancias eclesiales en las que se concreta la praxis sinodal.
Y titula el último capítulo, “La conversión para una sinodalidad renovada”, en el que reconoce que la práctica de la sinodalidad “exige que se superen algunos paradigmas, todavía frecuentemente presentes en la cultura eclesiástica, porque expresan una comprensión de la Iglesia no renovada por la eclesiología de comunión. Entre ellos: la concentración de la responsabilidad de la misión en el ministerio de los Pastores; el insuficiente aprecio de la vida consagrada y de los dones carismáticos; la escasa valoración del aporte específico cualificado, en su ámbito de competencia, de los fieles laicos, y entre ellos, de las mujeres”. Finaliza con una cita de Francisco y menciona la necesidad de la parresía del Espíritu: “Caminar juntos –enseña el papa Francisco– es el camino constitutivo de la Iglesia; […] solo así podemos afrontar la complejidad de este tiempo, agradecidos por el recorrido realizado y decididos a continuarlo con parresía”.
Conversión eclesial y sinodalidad: del poder al servicio
Como en el poema de Machado, “se hace camino al andar”. De igual manera, hacemos Iglesia en el camino. Concretamente, al decir de Francisco, en el “Caminar juntos –laicos, pastores, obispo de Roma–”. Pero como también lo hacía notar en su discurso, “es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica”.
Por eso, quizás, el documento de la Comisión Teológica Internacional plantea que la práctica de la sinodalidad supone –¿exige?, ¿requiere?, ¿demanda?, ¿reclama?– una conversión eclesial. Y señala, también, que hace falta parresía. Es decir, coraje. Porque como toda conversión, supone –¿exige?, ¿requiere?, ¿demanda?, ¿reclama?– cambios. Y no solo de estructuras sino cambio de mentalidad, cambio de actitudes, cambio de paradigma.
En especial por parte de la jerarquía. Para renunciar a interpretar su ministerio como ejercicio de un poder recibido por el sacramento del orden y decidirse a vivirlo como un servicio a la luz de la propuesta de Jesús en la que Francisco insistió en su discurso:
No lo olvidemos. […] La única autoridad es la autoridad del servicio […] “el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes” (Mt 20,25-27). “Entre ustedes no debe suceder así”: en esta expresión alcanzamos el corazón mismo del misterio de la Iglesia –“entre ustedes no debe suceder así”– y recibimos la luz necesaria para comprender el servicio jerárquico.