Aquellas nevadas de enero


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El día anterior había nevado como si no hubiera un mañana. Desde entonces, los días posteriores, la nieve se hizo casi invisible y, luego, comenzó una inmensa sequía que se mantuvo durante año y medio e hizo peligrar el abastecimiento de agua de la ciudad. La fuente de la plaza de la Catedral se mantuvo seca y ni las palomas, ni algún que otro gato, pudieron bajar a abrevar.

Desde aquel 21 de enero de 2017, llevo tres fascinantes, casi intrépidos, años de obispo con vosotros. Sois laicos, comunidades religiosas, sacerdotes, un diácono permanente y tres seminaristas (Alfonso, Isaí y Julio), es decir el Pueblo de Dios que presido, que no habéis parado ni un momento. El discurso de las comunidades camina, como una peregrinación que no se detiene, y nos lleva de la mano a todos.

“Somos comunidad” fue el primer hito que nos marcamos para comenzar este tiempo de andadura. En nuestros consejos y desde el trabajo de los pequeños grupos, fue el camino que vislumbramos para seguir adelante, sin olvidar todo lo que hasta ahora en la diócesis se había hecho. Nada hay nuevo bajo el sol. Creernos los únicos, o los mejores, o los que guardamos las esencias más prístinas, no es camino ni de conversión ni de progreso, y mucho menos de esperanza.

Saber quiénes y de dónde somos

Aquel año hicimos hincapié en los encuentros diocesanos (niños, adolescentes, jóvenes, cofradías…) Es muy importante reconocernos, saber quiénes y de dónde somos. Por eso decidimos celebrar la Vigilia Pascual todos juntos, en las unidades pastorales, en la capital. Luego vinieron algunas confirmaciones en santuarios, convocando a todos los confirmandos de las parroquias de alrededor.

La Acción Católica General, como venía ya haciendo, continuó con los encuentros de oración en las parroquias rurales, aglutinando a varias de ellas en una Iglesia, para celebrar los tiempos fuertes.

Desde entonces, en todos los ambones y puertas de nuestras iglesias, hay un mismo cartel que nos recuerda a todos con una imagen y un deseo que todos somos uno, durante el Adviento y la Navidad, la Cuaresma y la Pascua y el Tiempo Ordinario, allá por los calores del verano, cuando nuestra tierra se llena de romerías en honor a nuestra Señora o a la santa Cruz, entre otras.

nieve, invierno

Acordamos comenzar el año pastoral con el primer domingo de Adviento y terminar el día de la fiesta de Cristo Rey. De esta manera ha habido una consecución de lemas, hitos y propuestas durante todo el año litúrgico en un mismo sentido. A veces los cursos académicos marcan el ritmo de toda la sociedad y hemos intentado salir de estos ciclos, aunque quizás no lo hemos conseguido del todo.

El segundo año quisimos dar un paso más: “Somos comunidad orante”. Esto no quiere decir que nos hayamos afianzado en el primer hito. Esto de ser comunidad y hacer comunidad es para siempre, y siempre en continua conversión, por eso debemos luchar con los individualismos y parroquialismos, que a veces, también a los curas, sin quererlo nos hacen ser más presbiterianos que católicos.

La oración es esencial en sus dos vertientes: personal y comunitaria. Si falla una de las dos fácilmente podemos pensar con certeza que la otra también falla. Dios nos llama a la vida comunitaria, también en la expresión celebrativa y orante. “El silencio de las Imágenes” fue una apuesta creativa de contemplación en el claustro del obispado, que nos descubrió una nueva dimensión de la oración.

Contínuos desafíos

Ahora, sin olvidar los hitos anteriores, hemos dado una vuelta más de tuerca:“Somos comunidad orante y peregrina”. La mirada la hemos puesto en el camino, el espacio donde se da el encuentro de la persona maltratada y del samaritano. Nos descubrimos obstinadamente mirando a los rostros de los que soportan las pobrezas, a las manos y a las vidas samaritanas que levantan a los desvalidos de las cunetas del sinsentido, la injusticia y el vacío.

Aún hay muchos desafíos en nuestras comunidades, entre otros la evangelización de las familias jóvenes y de los propios adolescentes y jóvenes. Siempre habrá desafíos, porque el mundo cambia, porque no podemos responder con los criterios del pasado y las acciones trasnochadas, porque necesitamos grandes dosis de creatividad y de Espíritu Santo.

Pero yo creo en todos vosotros, y en la capacidad evangelizadora que anida en el corazón de la Iglesia. Para mí, estos tres años de vida pública, me están conformando y amoldando el corazón y solo deseo que sea como el del Buen Pastor. ¡Ánimo y adelante!