Menudo lío ha causado en ambientes religiosos el performance Festividad, en la inauguración de los Juegos Olímpicos parisinos. Resumo. El director artístico Thomas Jolly presentó un espectáculo que causó confusión: asemejaba una parodia ofensiva de la Última Cena, de Leonardo da Vinci -aparecían en el elenco un grupo de ‘drag queens’, una modelo transexual y un cantante desnudo-, pero defensores de la muestra afirmaron que no, que era más bien una actualización de El festín de los dioses, del holandés Jan Hermansz van Bijlert (1597-1671).
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No sólo los obispos galos reaccionaron molestos, sino amplios sectores del catolicismo se sintieron ofendidos, y conozco varias personas que, en señal de protesta, ya no siguen las diferentes transmisiones de las Olimpíadas. Otras más exigen de la jerarquía católica actos de desagravio por la blasfemia.
Cabe afirmar que la organizadora del magno evento, Anne Descamps, defendió al autor, y terminó por ofrecer disculpas, al igual que Jolly, quien negó el pretender ser subversivo, o escandalizar, y, mucho menos, faltar al respeto a ningún grupo religioso.
Para mí con eso sería suficiente, pues para que haya una verdadera ofensa se necesita la intencionalidad de quien la profiere. Recuerdo que, hace años, un amigo hondureño me dijo que yo era muy ‘ideático’. No me cayó bien el apelativo, pues en México lo entendemos como propio de quien tiene obsesiones y manías. Pero le pregunté qué quería decir con semejante expresión, y me respondió lo que significaba en su país: creativo, ingenioso, innovador. Respiré aliviado, y le agradecí el cumplido.
Sin embargo, me parece que hay dos elementos clave a considerar, y que quizá no están tomando en cuenta quienes vieron en ese espectáculo una agresión a las creencias religiosas, una blasfemia.
El primero: lo que presentaron fue un reflejo de la cultura vivida en ese país, como sucede en todos los Juegos Olímpicos. Si nosotros inauguramos con exhibiciones folklóricas, como marichis y el jarabe tapatío, los franceses quisieron resaltar la actualización de su arte, que siempre ha sido vanguardista, en la literatura, la moda, el teatro, la música y la industria etílica.
Pero, más en el fondo está el problema de la aceptación o no de la diversidad sexual, y de la sexualidad en general. Muchos aplauden el que las estatuas vaticanas sigan cubiertas en las llamadas ‘partes íntimas’, lo que quisieran sucediera con el David de Miguel Ángel, en Florencia.
Estamos, entonces, ante expresiones culturales, artísticas, que no tienen por qué ser blasfemas. Por ello, como dijo una amiga en un sencillo verso: “disculpa aceptada y a gozar la Olimpiada”.
Pro-vocación
Y resulta que, el supuesto blasfemo y agresor de las conciencias cristianas, Thomas Jolly, interpuso una querella el pasado martes, ante la fiscalía de Paris, por haber recibido mensajes de amenazas e injurias en las redes sociales, criticando su orientación sexual. ¿A poco nada más él puede ofender?, de seguro se preguntan los autores de los insultos.