Con procesos inéditos como la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe no se pretende sustituir las estructuras existentes, ello sería el mismo error de convertirnos en un centro que desconoce la periferia. Al contrario, debemos dar cauce al espíritu, y abrir siempre nuevos caminos complementarios, y no claudicar en estas llamadas que nos llevan al encuentro de los demás para caminar más juntos y juntas.
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Se trata de dar nuevos rostros y dinamismos a la Iglesia de Cristo y a su revelación que es inagotable, por eso nace la Conferencia Eclesial de la Amazonía (CEAMA), que también viene de un proceso encarnado como el de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM). Ambas iniciativas eclesiales con enfoque de encarnación son una respuesta por desborde ante los desafíos actuales, a pesar de las resistencias de quienes no quieren cambios, o la postura de aquellos que por razones ideológicas no aceptan nada que no sea a su imagen y semejanza.
Tanto la CEAMA como la Asamblea Eclesial tienen una novedad: resultan de una llamada abierta que brota del territorio concreto, son espacios donde cabe la diversidad del Santo Pueblo de Dios: laicos, vida consagrada, obispos, hombres y mujeres de bien, pueblos y comunidades, organizaciones, etc. Ese es el sentido de lo católico, en cuanto universal y como fuente de vida que no puede reducirse, para quienes no entienden esto.
Todo depende de Dios
Cabe destacar algo sobre la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe: es inédita. En efecto, tenemos en ella ya expresiones concretas de una participación mucho más amplia, de una periferia activa y presente que quiere ofrecer su voz. Quizás no vemos cambios tan rápidos como queremos –y es verdad que en algunos temas no podemos esperar más–, pero de algo estoy seguro, vamos en la dirección correcta y esta emergencia de nuevos sujetos eclesiológicos territoriales lo abrazamos como un verdadero Kairós de Dios.
Ponemos toda nuestra esperanza en clave de aquella oración que se le atribuye a San Ignacio, y que a mí me ayuda a poder discernir en estas incertidumbres: «Haz todo con todas tus fuerzas como si sólo dependiera de ti, sabiendo y confiando que al final todo depende de Dios».
Todo este proceso no se trata de un fruto de algún Sínodo o de un evento en particular, sino que es fruto de la revelación de Dios desde el Concilio Vaticano II. También hay apertura para señalar lo que se puede mejorar porque hay muchos aspectos todavía en construcción, pero esto es también Sinodalidad. Ir reenfocando el rumbo día con día, a la luz del discernimiento de los llamados de Dios en y con Su santo pueblo.
Tres palabras clave
En cuanto al discernimiento de la Asamblea Eclesial a mí me ayudan tres palabras, que son como categorías integradoras según mi interpretación, y hacen parte del itinerario puesto por Dios para ir tejiendo el Reino adentro de nuestros corazones.
Primero, la “metanoia”, es decir, tiene que producirse una conversión radical de los corazones y en lo profundo de cada persona. La Asamblea Eclesial no puede ser un evento perfectamente organizado, que todo salga bien, pero que no produzca esa experiencia de transformación interna en las personas. Si no logra ese cambio concreto desde la palabra viva de toda esa Iglesia diversa, habremos fracasado.
El segundo aspecto, la “alteridad”. Sólo nos realizamos como personas y vivimos el encuentro con el misterio de Dios, a través de los otros y otras. La Asamblea precisamente nos permite ser más Iglesia, con menos compartimientos estancos, menos pastorales particulares, y por el contrario una con más procesualidad, continuidad y crecimiento a partir de los encuentros. Esto es algo que está en el corazón de nuestras reflexiones, ser una Iglesia sinodal y en salida, con una ministerialidad amplia, que tenga un sentido de itinerarios amplios y que sean fruto de esos encuentros alteritarios entre todos los hijos e hijas del Señor.
La alteridad pone un desafío, no sólo de intercambiar con los otros iguales y que piensan como nosotros, sino con los otros distintos. Es también la escucha a aquellos crucificados al frente nuestro, y ante los que pasamos de largo indiferentes. Es la escucha del clamor de la hermana madre tierra. Creo que la Asamblea puede ayudarnos a abrir esta perspectiva de mayor diálogo complementario entre nosotros, miembros de una Iglesia, a veces fragmentada, para propiciar el encuentro con los otros, que son también rostros concretos del Cristo vivo y representan otras realidades que gimen con dolores de parto.
Finalmente, el tercer elemento es la “parresía”. Es decir, hablar la palabra precisa en clave de denuncia. Esta Asamblea debe producir esa palabra profética, con un profundo compromiso de no sólo escuchar, sino de saberse llamado a encarnarse en las realidades donde otros no van. Ello implica asumir el itinerario que nos presentó Jesús, de anunciar sin cortapisas las verdades del Reino.
Discernir no se trata de elegir entre dos opciones, una buena y una mala, eso no tendría sentido, el discernimiento consiste en tomar lo mejor de nosotros, de mi comunidad, de mi proyecto, y ponerlo al servicio del bien mayor, de lo que produce más vida y más Reino para los demás. Cuando nos pidan salir de nuestro lugar para responder a lo que Dios quiere, tan solo abramos nuestro corazón con entrañas de madre, donde la vida nueva tenga posibilidad de nacer.