Desde su internamiento en el Gemelli, el papa Francisco anunció, el pasado 11 de marzo, el inicio de un camino que conducirá a una Asamblea Eclesial dentro de tres años. El evento forma parte del actual proceso de acompañamiento que se está dando en las iglesias locales. El cardenal Mario Grech, secretario general de la Secretaría General del Sínodo, precisó que no se trata de un nuevo sínodo, sino de una Asamblea Eclesial. Ya en su momento se aclarará la diferencia entre ambos eventos.
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Algunos colegas me han comentado que estamos ante una ‘asambleitis’, exceso de reuniones que, a fuerza de repetirse, van perdiendo novedad, impacto, y terminan por sumarse a esas periódicas iniciativas que tiene la Iglesia Católica, casi todas ellas descritas en algún documento, que descansa en los anaqueles de las bibliotecas.
¿Y si mejor -argumentan los antiasambleas- dejamos procesar con más calma las indicaciones papales y de los obispos, para que se asienten en las comunidades algunas ideas claves, que puedan convertirse en verdaderos cambios de actitudes pastorales?
Me parece sensasta esta propuesta, pues con frecuencia los párrocos y sus comunidades, ya de por sí cargados con todo tipo de actividades propias de sus tareas pastorales -año litúrgico, fiesta patronal, catequesis infantil y presacramental, atención a enfermos y pobres, orden en las funciones administrativas, comunión con las directrices diocesanas y nacionales, etc.- batallan para sumarse a otra serie de iniciativas que, aún siendo excelentes, vienen a significar una carga laboral extra.
Sin embargo, no podemos olvidar que, desde sus inicios, nuestra iglesia es una permanente asamblea, y esa figura tiene un hondo contenido teológico, no solo sociológico. Las decisiones más importantes que fue tomando la primitiva comunidad cristiana siempre fueron consensadas, y nunca mandato de una sola persona. Así surgen los concilios, como instancias necesarias para ponerse de acuerdo.
Otra cosa es que no siempre el ejercicio sinodal cuenta con buenas metodologías, y con frecuencia despierta expectativas no satisfechas. Abundan las desilusiones, y no faltan quienes acusan de manipulación a los organizadores.
Si esa Asamblea Eclesial propuesta por Francisco de Roma tiene claros sus objetivos; si cuenta con una buena participación, en pluralidad y competencias pastorales; si genera pistas de acción a las que todos nos podamos sumar, será de mucho provecho, y no caerá en la criticada ‘asambleitis’.
Pro-vocación
¿Y si la enfermedad de Francisco nos sirve para bajarle un poco -o un mucho- el tono al protagonismo de los pontífices en la Iglesia Católica? Su segura ausencia en las celebraciones litúrgicas de la Semana Santa exigirá el que sean otros los responsables. Lo mismo parece que sucederá con el ‘ángelus’ de los domingos. Ojalá surja así una iglesia menos centrada en la figura papal y más en la comunidad.